En la vida hay amores difíciles. Te lo digo por experiencia. Amores complicados, de alguna forma irrenunciables, atizados por el recuerdo y macerados por la distancia. Son esas querencias que no resuelven otro clavo ni el despecho. Quizá los alivien unas sesiones de terapia, aunque igual regresan, porque de alguna forma los llevamos estampados.
Si has amado sabes que hay amores más allá de las explicaciones. Simplemente son. Los experimentas y sobran los argumentos. Puedes buscar razones, pero igual te llevan con su locura propia. Como bien dice la canción, en la vida hay amores que nunca pueden olvidarse….
Para mí uno de esos amores es el terruño y el vínculo que se amarra en los primeros años y luego aprieta con nostalgias que van y vienen. Es lo que me pasa con Venezuela después de más de 15 años viviendo en el extranjero. Y no soy el único que toca este violín. He visto a mucha gente, de muchas partes del mundo, decir “esto está muy bien por acá” pero si los jurungas un poco te devuelven esa mirada de “aquellas noches que no se olvidan”.
Por supuesto no todos los inmigrantes cargan este guayabo insepulto. Muchos queman las naves y no ven atrás, otros guardan más rencor que añoranza y están los que han vivido en tantas ciudades que ya ni saben cuál extrañar. Para ellos estas líneas resultan tan prescindibles como un sándwich de queso en un bufete.
Y también estamos los que seguimos dándole vueltas a ese amor en la distancia.
Pero tengo poco espacio y no quiero agobiarte con este bolero personal e intransferible. Porque la verdad, más que de amores complicados quería hablarte de cómo nos complicamos la vida cargando con amores no resueltos. Y si comencé a tejer mis líneas desde el asunto del terruño y la distancia fue porque ese es mi proceso y donde tengo que hacer el trabajo. Pero cada quien tiene algún amor difícil que le roba paz y le trae desvelos. Y para esos casos el antídoto es una dosis de desapego.
Y por favor, no te confundas. Desapegarse no es dejar de amar. Al contrario, es amar de una forma distinta, y no por ello menos intensa. Sobre todo es amar sanamente.
Hace años un viejo sabio en Choroní me dijo “mijo, no deje que el amor lo enferme”. Hoy creo entender mejor a qué se refería: Hay que saber curarse de ciertos amores, y también, hay que saber amar sin que ese amor nos robe el goce del aquí y el ahora. Porque no disfrutar el presente por andar colgados en añoranzas y nostalgias es una trampa que nos tendemos nosotros mismos y que nos limita el crecimiento.
Además, en la medida de que el apego entra en la ecuación solemos querer que las cosas sean de una forma, cuando en realidad están fluyendo de otra.
A estas alturas del partido y en el tema del terruño reconozco que he avanzado más en la teoría que en la práctica. Es uno de esos asuntos que no he resuelto completamente. Hay días cuando este amor es ligero y en otros me conecta un gancho al hígado. Lo fascinante es que me ofrece una oportunidad única para explorar, crecer, y ojalá, amar de una forma más libre y profunda a la gente a mi alrededor.
Cosas de la vida: son esos amores difíciles los que pueden convertirse en los mejores maestros. ¡Y vaya que nos hacen presentar exámenes difíciles!