Ilustración: José Alejandro Ovalles.

Aquella noche si acaso me había tomado un par de cervezas. U2 tocaba en Miami su gira 360º y a pocos metros de la tarima me encontraba fascinado con el concierto. El sonido era atronador y la pantalla gigante se veía aún más colosal desde mi perspectiva. Entonces sucedió algo. De pronto sentí un cambio en la percepción, observé mis manos, miré alrededor y me dije “Acá estoy, en este cuerpo”. Respiré pausadamente, descansando en la plácida sensación de estar allí, presente, siendo más que Eli el fan de U2. Diría que experimenté cada instante desde un lugar más profundo que mis ojos.

Te lo juro, no era Woodstock ni me había fumado una lumpia. Y como intuirás, la columna de hoy viene intensa.

En la psicología budista uno de los temas medulares es la naturaleza del “yo”. Para ello usa la pregunta ¿Quién soy yo? a fin de explorar en este concepto que abrazamos con fuerza y asumimos como permanente. ¿Yo soy mi cuerpo o mis pensamientos? ¿Soy mi trabajo o mi historia familiar? Si te fijas bien, solemos identificarnos con ciertas ideas, historias o experiencias para definir lo que somos. Soy Juan, ingeniero, padre y fanático del Barsa. Revisa los perfiles de la gente en Twitter. Son un excelente ejemplo de identificación y definición del “yo”.

Jack Kornfield navega este elusivo tema de forma muy potable en su libro La sabiduría del corazón. Allí explica los dos estados mentales que crean la ilusión del yo. Por una parte está la “auto-visión” que toma aspectos de la experiencia diaria para definir el yo y decir soy así y esto es mío. La segunda es la “visión comparada” que evalúa esa sensación del yo como mejor, peor e igual a los otros. Producto de este torrente de percepciones, sensaciones e ideas que experimentamos a cada instante surge nuestro concepto de quiénes somos.

“Lo que tomamos como el ‘yo’ es tentativo, ficticio, construido al aferrarnos e identificarnos con una parte de la experiencia” escribe Kornfield. “De esta manera el ‘yo’ surge, solidificándose a sí mismo, como el hielo que flota en el agua. El hielo realmente está formado de la misma sustancia que el agua. La identificación y el aferramiento endurecen el agua para convertirla en hielo. De una forma similar nos percibimos a nosotros mismos como entes separados”.

¿Separados de qué? Del resto de los seres, del universo mismo.

En la psicología occidental esta capacidad de entendernos como individuos independientes, funcionales y con una identidad definida es fundamental para el desarrollo de la personalidad. Es el ego. Cuando este ego opera de una forma saludable nos brinda las habilidades necesarias para manejarnos en la vida. Al contrario, un ego frágil desemboca en problemas de salud mental, así como un ego inflado o despiadado.

Todos necesitamos un yo para movernos en el mundo. Pero eso no significa que seamos eso y nada más.

Y acá es donde entra la noche del concierto de U2. Ese fue un momento cuando experimenté lo que realmente soy (somos): conciencia. Un instante cuando el hielo del “yo” se derritió para mezclarme con el agua de la experiencia. Estaba allí, por supuesto, con mi cuerpo, mi calva y mi cerveza en la mano; pero experimentando una conexión muy profunda con todo a mi alrededor y conmigo mismo. No estaba separado y mi “yo” era fluido como un río. Impermanente y a la vez universal.

Quien observaba detrás de mis ojos era la conciencia que somos todos. Y parafraseando a Bono I finally have found what I´m looking for. Finalmente he encontrado lo que estaba buscando