El Salao (Panamá), 10 abr (EFE).- Una gigantesca montaña de sal apilada dentro de una antigua bodega de madera se muestra desafiante ante Ramón Martínez, el gerente general de la cooperativa salinera Marín Campos, en Panamá. Hay centenares de quintales amontonados desde hace un año, cuando la pandemia de la covid-19 desplomó las ventas y los socios no tuvieron otra opción que «aguantar».
«Más o menos, las ventas cayeron un 60 %. Iniciamos este año tarde, en el mes de febrero, por la sencilla razón de que aún tenemos las bodegas llenas del año pasado. Pero nunca cerramos», relata a Efe Martínez, de 69 años.
Este hombre, que aparenta menos de sus casi siete décadas, explica que cuando inician la zafra suelen tener un «repuesto» de 10.000 quintales. Este año arrancaron con 70.000 sin vender.
A su vera, en la bodega número 7, tres hombres sin camisa y con un cinturón de soporte en las lumbares para no lastimarse empacan, bajo el incesante sol, sacos blancos: dos de ellos clavan las palas en el bloque de más de dos metros de sal, los rellenan, y otro los pesa y los cierra.
Ya mecanizaron su trabajo: «tres palas y rellenas con otro poquito», cuenta uno de ellos a Efe sin parar de trabajar.
Son de los pocos trabajadores que han podido acudir este año a la zafra de sal de su pequeño pueblo costero El Salao, ubicado en la provincia central de Coclé, en Panamá. La pandemia no solo zurró la economía de la cooperativa, de 130 socios, sino que dejó sin trabajo a parte de la comunidad.
«Nosotros damos trabajo a la gente del pueblo: en invierno tenemos 25 colaboradores y en zafra sumamos más o menos 75 (…) pero hay menos personal este año porque la salina no está trabajando», explica Martínez.
La cooperativa en la que está Martínez es un espejo del golpe económico: el producto interno bruto (PIB) de Panamá cayó un 17,9 % en el 2020, el desempleo escaló hasta el 18,5 % y la informalidad subió a más del 52 % a causa de los cierres y restricciones para frenar el coronavirus.
«Producimos sal para venderla, entonces si hay clientes, como ganaderos, atuneros, plantas procesadoras, está todo bien, al no haber suficientes ventas no podemos cumplir con los compromisos que tenemos como la planilla», destaca.
POCO TIEMPO PARA PRODUCIR, EL RESTO DEL AÑO PARA INTENTAR VENDER
En medio de un paisaje desértico destaca Julio Pinzón, de 75 años, huesudo y moreno, con las manos detrás de la espalda y una gorra para protegerse del sol, quien camina dentro de la tina para estirar el plástico y remover el agua.
El «salinero de toda la vida», desde hace más de 20 años, ha rellenado manualmente todas las salinas con un simple sistema de tuberías de uno de los dos proyectos que mantiene la cooperativa.
La Cooperativa Marín Campos, fundada en la década de 1950, tiene dos bombas: una debajo de un manglar que succiona el agua de las mareas en «verano» para empujarlas hasta dos lagos «calentadores», donde el agua reposa varios días hasta conseguir mayor concentración de sal.
Luego, otra máquina más pequeña bombea el agua para empujarla con las cañerías y repartirlas en las tinas.
Todo esto solo se hace en época seca, cuando la intensa lluvia de Panamá da tregua los primeros tres meses del año. Aunque cada vez está más condicionada a las consecuencias del cambio climático.
Las «tinas» de plástico con el agua salada están al aire libre y dependen de las condiciones climáticas para secarse: suelen tardar siete días en salinar y otros cinco en que la sal se seque.
Tras ello, el dueño de un colosal camión llega con los peones, como Martínez los define, a cargar esa sal y transportarla a las bodegas. Es en esta actividad donde se lucran los vecinos de la zona. Todos se apuran en su labor, cuanto más carguen, más cobran.
«El dueño del carro cobra por lo que acarrea por quintal y el se encarga de traer los peones», relata Martínez.
Además, Martínez relata que tenían «25 salinas en producción hasta el año pasado», pero este 2021 no están «produciendo salinas por la pandemia». Esto mengua la cantidad de trabajo para el pueblo.
El resto del año está destinado a intentar vender los quintales de sal producidos, y el 2021 está abriendo un destello de esperanza para la cooperativa.
«Ahora es que más o menos las ventas aumentaron un poquito», señala Martínez en uno de sus proyectos más cercanos al pueblo El Salao, ahora sin actividad ni gente en sus calles.
Ana de León