Por: Dr. Joaquin Peña

Neuropediatra y escritor

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La celebración del 143 aniversario del nacimiento de Rafael Rangel en Betijoque este 25 de abril, puede servir para resaltar la vigencia del sabio venezolano en este momento histórico tristemente marcado por la pandemia del Covid-19. La exacta medida de esta figura se agiganta cada día por su singular sensibilidad humana, por el alcance de su obra científica, su particular intuición y la original dedicación al diagnóstico de las enfermedades que azotaban las zonas rurales débiles de nuestro país.

Si bien el estudio sistemático y detallado de la anquilostomiasis como causa de anemias graves es la mayor contribución de Rangel a la medicina contemporánea, pongo de relieve su aporte como investigador en la búsqueda de resultados tangibles. Entre los años 1899-1903, primero como preparador y luego jefe del laboratorio de Histología y Bacteriología del Hospital Vargas, Rangel desarrolla, depura y mejora las técnicas de parasitología microscópica, incluyendo coloraciones de tejidos, medios de cultivo, e inoculación de gérmenes patógenos en animales de laboratorio.

Este hecho ha sido suficientemente señalado en casi todos los bosquejos biográficos que lo muestran como un aventajado investigador de su época, actualizado, conocedor de varios idiomas, con producción científica y publicaciones numerosas. Una de las primeras lineas de investigación del ilustre betijoqueño, fue el estudio de la estructura y fisiología del sistema nervioso.

En aquella época, el descubrimiento de las células nerviosas o neuronas llegó a alcanzar el debate intelectual entre las figuras principales de la comunidad científica internacional, que tuvo un impulso considerable con los trabajos del italiano Camillo Golgi. Este logró desarrollar la técnica cromoargéntica para la tinción del tejido nervioso y la visualización de las neuronas.

El padre de la neurociencia española, Santiago Ramón y Cajal, perfeccionó el procedimiento y obtuvo el privilegio de visualizar las espinas dendríticas en el cerebro de las aves y, más tarde en 1890, en la corteza cerebral humana comprobando su “doctrina de la neurona”. Con su “Teorías sobre el sistema nervioso” en 1901, Rangel presentó la primera tesis asesorada por su profesor y paisano José Gregorio Hernández, y apoyado en los métodos de Cajal, produjo láminas histológicas que mostraban en forma precisa y selectiva las neuronas y sus prolongaciones. -“No iban a la zaga a las del propio Cajal”- , decía su maestro, impresionado por la calidad y belleza de estas preparaciones.

Pero la Venezuela azotada por el hambre, la ignorancia, las condiciones precarias de salubridad y las endemias necesitaba atención. Esta fue, quizás, una de las razones principales por las que Rangel abandona sus estudios de medicina y desarrolla su auténtica vocación de investigador a dedicación integral, para contribuir a fomentar la salud de su amada patria. Cuando el joven Rangel era requerido por la aparición de enfermos en alguna región, disponía de su laboratorio ambulante, se trasladaba al mismo foco de la infección, tomaba muestras, las procesaba y, tenaz en su empeño, buscaba respuestas; sólo animado por el deseo de detectar el agente causal del trastorno y lograr su erradicación.

Los valores del sabio betijoqueño se pusieron en juego con la tragedia de la peste bubónica acaecida en el puerto caribeño de La Guaira en 1908. Se ha escrito mucho sobre los lamentables acontecimientos- con implicaciones mezquinas y polÍticas-, al momento de la campaña para erradicar la epidemia.

Conviene señalar que ante la sospecha de la peste, Rangel emprendió la investigación ordenada por el gobierno venezolano y se trasladó a la zona. Con los primeros resultados negativos, creyó que no se trataba de peste bubónica; sin embargo, tras la aparición de nuevos casos y dispuesto a la contienda, persistía en la misma tesitura.

No vaciló en reiniciar una detallada investigación para demostrar el bacilo causante de la terrible enfermedad. Con honestidad, reconoció su error y comunica la situación a las autoridades para iniciar la campaña que enfrentaría el infortunio. La angustia, el temor y la inseguridad; más tarde una inmensa tristeza, persiguieron sin tregua la humanidad del joven, destrozando desconsoladamente su sensibilidad, con nefastas consecuencias.

La vida de Rangel nos lleva a reflexión y toma de conciencia sobre la fragilidad humana. Nos muestra los dilemas que enfrentan los científicos ante hechos inesperados y tumultuosos, el desconocimiento del esfuerzo y la dignidad, la envidia y el egoísmo atosigante.

Lo que ocurre actualmente con la tragedia del coronavirus que azota la humanidad parece un resurgimiento de conflictos semejantes entre los expertos y las autoridades. La falta de transparencia informativa para manejar esta pandemia desde el comienzo, y la aplicación tardía de las medidas preventivas para evitar su propagación, nos convierte nuevamente en testigos de una peligrosa y dramática verdad: charlatanes, con supuesta infalibilidad cientíifica, muchas veces apoyados por oscuros personajes, ponen sus propios intereses por encima de todo.

Por fortuna, en la dura contienda, surgen vencedores con manos y mente limpias dotados de una maravillosa percepción que, como el joven Rangel, ofrecen su abnegado servicio en las oscuras y pesadas horas. En este momento desafortunado de la Salud Pública, es justo reconocer a este ilustre personaje, ejemplo a seguir por todos los investigadores que hemos dado los primeros pasos en nuestras universidades.