Paso Canoas. La zona fronteriza entre Panamá y Costa Rica, es un lugar de muchos contrastes. Pero muchos. No exagero. Por donde pasa gran cantidad de transporte de carga de Panamá hacia Centroamérica y viceversa, es hogar de cientos de migrantes. Unos de paso y otros que se quedaron.
Esta ciudad internacional mete miedo, pero a la vez te sensibiliza. Los automóviles viajan sin respetar señal de tránsito alguna y a velocidades asombrosas. Es una total anarquía del lado tico y del lado pana. Para el peatón hay cero respetos.
El día a día de Paso Canoas es ver a miles de migrantes de diversas nacionalidades caminando por sus calles. Muchos de ellos sucios, con mal olor, pies hinchados y cara desencajada. Llegaron hasta allá después de atravesar la selva del Darién.
En Paso Canoas, para muchos, sobre todos lo que llegan sin dinero, se para el tiempo. Es una de las zonas del periplo hacia Estados Unidos en la que hay que reiniciar, descansar, dejar de mirar atrás y seguir. Otros, con más suerte, llegan y de una vez conectan para seguir su camino hacia la frontera con Nicaragua.
Los que se quedan deben esperar o una ayuda económica de algún conocido vía casa de cambios (está Western Union) para seguir avanzado, otro grupo trabaja en lo que consiga y le permitan y otros que se crearon su propio negocio, principalmente de venta de comida como arepas, empanadas, hamburguesas, dulces y bebidas.
Muchos venezolanos han creado una especie de “economía ambulante” para generar ingresos y seguir en su camino hacia Estados Unidos o bien, regresar a Venezuela.
“Los chamos trabajan. Les gusta”, me dijo una oficial de la policía costarricense mientras ayudaba a una familia con una dirección.
Dando y dando
Considerando que es una ciudad que en gran porcentaje vive de los migrantes, la ciudad es agradecida con ellos. Bueno, con los que se lo “ganan”.
Un vendedor formal me dijo entre dientes. “Si dejan de llegar los migrantes, esta ciudad desaparece. Aquí se mueve el comercio porque ellos activan esto”. Ese es un pensamiento generalizado.
“Muchos nos ponemos en el lugar de ellos. ¿Quién puede voltear la mirada ante semejantes escenas con niños con hambre?”, soltó Ana Castillo, habitante de la zona.
“No todos se portan bien. Muchos son malos, incluso golpean a niños y mujeres, pero no podemos meter a todos en el mismo saco”, agregó.
Y así como ves a miles de migrantes buscando un plato de comida, ves restaurantes llenos con comensales degustando diversos platos nacionales e internacionales, bebiendo licor y bailando. Hay casas de apuestas, centros comerciales con las marcas más conocidas y hasta casinos. Es un contraste muy fuerte. Hay que vivirlo.
Una lugareña me comentó que, si bien en el pasado se veía migrantes por la zona, la mayoría eran haitianos, pero no en las cantidades registradas en la actualidad.
“Esto no tiene precedentes. Da dolor ver tantas personas pasando por esto, pero es una realidad. Recibir a los migrantes se ha vuelto un negocio, y el que diga lo contrario está mintiendo. Es verdad, hay muchas personas que viven aquí que están ayudando, pero otros muchos más, se benefician hasta vendiendo agua, alquilando baños, cargando celulares. Por todo quieren cobrar. Lo respeto, más no lo comparto”, dijo una costarricense, que no quiso dar su nombre.
Entre saber en cuántos días pudiste atravesar la selva del Darién, entre colones y dólares, entre llantos, ayudas humanitarias, presencia policial y de organizaciones en pro de los migrantes, en esperanzas quebradas y sueños rotos y también en ánimos renovados, así transcurren los días en Paso Canoas.
El 11 de mayo, día en que el venció el Título 42 en Estados Unidos, muchos decidieron avanzar a ver qué pasaba, y otros dijeron ya basta, mi sueño americano fracasó y voy por otro, bien sea aquí o en otro lado.