Ha partido al encuentro con Dios nuestro querido Miguel Segovia, fundador del periódico e incansable trabajador, quien nos apoyaba a diario en las operaciones del periódico con su entusiasmo y su contagiosa alegría. Solíamos reñirle por su fuerte voz y errático caminar al hablar por teléfono. Hoy cuánto quisiéramos que siguiera siendo parte de nuestra rutina.
Resulta muy compleja la idea de que en un solo instante podamos desaparecer físicamente y a la vez dejar una historia de recuerdos en nuestros seres queridos, compañeros y en la comunidad; más aún porque la forma en la que “Miguelacho” murió contiene una serie de enseñanzas que bien podemos analizar, como parte del legado de su misión en la tierra.
Miguel era un venezolano como muchos de los que encontramos en Panamá, que emigró a esta tierra en busca de un mejor futuro para su familia, lejos de la inseguridad y de la involución que en varios aspectos sufre actualmente nuestra natal Venezuela. Fue hijo de inmigrantes españoles, de los que encontraron en la patria de Bolívar su hogar lejos de la guerra. En sus venas corrían miles de aptitudes; era de las personas que sabía de todo un poco y eso le hizo emprender una serie de negocios y manejar por siete años la distribución de nuestro semanario. Sus sacrificios diarios y preocupaciones giraban en torno a mantener la calidad de vida de su esposa e hijos. Miguel se ganó con creces el calificativo de buena persona.
Los 48 años que vivió parecen pocos, pero sus familiares y amigos aseguramos que se duplican en tantos momentos y logros que “Miguelacho” alcanzó, pues la primera lección que nos deja es que hay que aprovechar cada instante con entusiasmo y amor pese a las adversidades. El infortunio que le causó la muerte, un accidente vial como motorizado -que lo mantuvo casi cuatro meses hospitalizado con un diagnóstico desfavorable en el Hospital Santo Tomás- ha sido la prueba más fuerte para sus familiares quienes, pese a la situación, sintieron la solidaridad y comprensión de este gran cuerpo de profesionales de la salud, que no discriminó ni escatimó esfuerzos para mejorar el estado de Miguel. Por eso agradecemos el apoyo de las instituciones panameñas a los integrantes de nuestra comunidad.
Miguel quería mucho a Panamá, tras ocho años de residencia en este país, se conocía a la perfección sus calles, disfrutaba de sus lugares y siempre se expresó feliz por estar aquí. Pese a las adversidades propias de emigrar, podemos decir que sus últimos años fueron tranquilos y de unión familiar.
Venezuela en su raíces, en su corazón y en su amada Vinotinto, también le extenderá sus brazos a nuestro “Miguelacho” y se le rendirán honores en el seno de su familia y entrañables amigos.
Hoy le decimos hasta luego a Miguel, nuestro eterno compañero. Son más las alegrías que las tristezas que sentiremos al recordarlo. Por esta vía también queremos enviarle el abrazo fraternal más sentido a todos sus hijos, a su esposa y familiares que hoy lloran su partida. Seguramente podremos hacerle en Panamá un homenaje para despedirlo de este plano terrenal, que comunicaremos oportunamente para que todos podamos reunirnos en el consuelo de su legado.
Junta Directiva y colaboradores del periódico El Venezolano de Panamá