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Observa bien los pensamientos que te acompañan a cada instante. Allí están las claves de tu bienestar. ¿Cómo te sientes en este momento? Tus estados de ánimo no dependen únicamente de las cosas que pasan allá afuera, en realidad tienen la intensidad y el sabor que les das desde adentro. De cierta forma, somos cocineros de nuestra propia receta emocional.

Imagina la sangre corriendo por tu cuerpo como un rico caldo lleno de nutrientes. Junto al plasma y los glóbulos también viajan un montón de hormonas que regulan tus órganos. De la misma forma, en la sopa orgánica donde se remoja el cerebro hay unos poderosos neurotransmisores que modulan su actividad. Todos estos elementos se combinan para mantenernos enfocados y en movimiento.

Suena simplista, pero no es una exageración: sentimos, actuamos y pensamos bajo la influencia de este sancocho biológico.

¿Significa esto que somos como amebas en un caldo de cultivo?

No. La evolución no ocurre en vano. El desarrollo de la mente humana nos brinda la oportunidad de usar la consciencia para gerenciar esa dinámica de acción-reacción. Al darnos cuenta de lo que pensamos y ponerle atención a su efecto en nuestra vida comenzamos a descubrir caminos para responder mejor a lo que nos sucede. Reaccionamos por instinto y respondemos por elección. En esta diferencia reside la libertad.

La mente produce pensamientos de forma natural. Aparecen uno tras otro y por lo general son muy parecidos, cuando no repetitivos. Etéreos y sutiles, miles al día, estos pensamientos tienen el poder de alterar la receta de nuestro caldo biológico y por consiguiente de nuestro estado físico y psicológico.

Lo que sucede es que el cerebro reacciona de forma muy similar tanto a los estímulos externos como a nuestros pensamientos. En ambos casos activan hormonas y neurotransmisores que modulan el estado ánimo y disparan reacciones físicas. Esta reacción en cadena se dispara porque así trabaja el organismo. No es bueno o malo. Es así, y gracias a ella hemos avanzado de las cavernas hasta la luna.

Pero cuando este sistema pierde su balance puede entrar en un ciclo tóxico. Sea por conflictos, estrés crónico, pérdidas, sobrecarga o cualquier otra circunstancia, el cuerpo y la mente se indigestan con este caldo que nos enferma. Darnos cuenta de nuestros pensamientos es un buen primer paso para sanar. Para esto el trabajo interno, y posiblemente la ayuda especializada, son vitales.

Y tras darnos cuenta del río de pensamientos ¿qué sigue? Acá comienza un proceso de observación que permite reconocerlos tal como son: un producto de la mente y no la realidad de las cosas. También permite abrir la mente y el corazón ante las emociones que traen en remolque para explorar más a fondo. Desde allí podemos observarlos sin que tengan el poder de arrastrarnos a su antojo.

Este es el camino que abre la meditación. La posibilidad de saborear ese caldo anímico y disfrutarlo. Incluso en sus días más espesos o desabridos.