Vemos como algunos países de la región retroceden en sus democracias y libertades; y en otros, como Venezuela, la democracia pasó a ser un recuerdo bonito de otros tiempos

 

El pasado 7 de marzo escribí un artículo que titulé “Todo cambia, para que nada cambie”, en el me refería a las elecciones legislativas de Colombia que se realizaban unos días después.

Lo titulé así, pues a pesar de la gran oferta electoral que existía -en promedio 10 candidatos por cada puesto a ser electos- era claro que no habría gran renovación del parlamento, como efectivamente terminó sucediendo. Apenas el 28% de las curules serán de nuevos integrantes.

Otras cifras que llaman la atención, es que, en apenas el 19% de las curules fueron electas mujeres y ningún joven menor de 28 años logró obtener un escaño.

Adicionalmente la abstención disminuyó unas décimas, con relación a otras elecciones pero, aún se sitúa por encima del 51%. Esta cifra es un claro señalamiento de que algo no está bien en el sistema político colombiano.

Habilitados a votar más de 36 millones de colombianos, apenas menos de la mitad lo hizo. Como resultante de eso, hay senadores –cuya circunscripción es nacional- que salieron electos con 26 mil votos, o sea con apenas el 0,07% de los electores. La pregunta es, ¿tendrá este senador una real representación nacional?

Pero vamos al otro extremo, el senador y ex presidente Álvaro Uribe Vélez, fue el más votado en la historia de Colombia. Logró obtener casi 900 mil votos, apenas el 2,5% del 100% de los electores. Ante estos dos extremos, nos damos cuenta que estamos ante una crisis de representatividad; pues los senadores y representantes –diputados- son electos por una mínima expresión del electorado.

Si la clase política no tiene la capacidad de ver el fenómeno,  además, entender que, si bien, es cómodo y práctico para ellos, pues, cuanta menos gente vote, menos trabajo –y costo- tienen sus campañas; también menos respeto, prestancia y autoridad tendrán como funcionarios electos.

Esto nos lleva a pensar que, estamos involucionando de la democracia representativa a una democracia insignificante; lo cual es sumamente grave, sobre todo, cuando vemos como algunos países de la región retroceden en sus democracias y libertades; y en otras, como Venezuela, la democracia pasó a ser un recuerdo bonito de otros tiempos.

Ahora ¿quiénes son los responsables de esta involución? Sin duda que, la responsabilidad recae sobre muchos actores. Por un lado, el estamento político, que, cada día parece estar integrado por personas que tienen sus intereses individuales por encima de los derechos colectivos; pasando los valores democráticos a un segundo plano, cuando estos deberían ser el norte de la acción política y abundan, aquellos que interpretan el servidor público lo cómo, servirse de lo público.

La clase empresarial también tiene su cuota de responsabilidad. Cuando hay casos de corrupción, hay dos partes, el que corrompe y el que se deja corromper. Algunos empresarios, pensando en maximizar sus utilidades, ejecutan prácticas non sanctas, no sólo interviniendo en la lucha comercial por ganar mercados, sino que, con sus prácticas indecentes afectan al consumidor, a sabiendas que las debilidades del Estado y la justicia les permitirán seguir impunes.

La injerencia del empresariado y la politización del sistema de justicia en nuestros países, son otro factor determinante en el deterioro de la democracia. La expresión “Justicia lenta no es justicia” es una cruda realidad. En nuestros países esta manipulación está llevando a niveles de impunidad enormes y con consecuencias catastróficas para la sociedad.

Ahora bien, desde mi perspectiva, un actor importante en el debilitamiento de las democracias es la omisión del ciudadano. Cuando no participa –el voto no solo es un derecho, también es un deber con la democracia- está permitiendo que las prácticas corruptas de las minorías se impongan sobre la mayoría. Cuando no activamos la defensa de los derechos del ciudadano, permanecemos inertes antes las injusticias, o sencillamente miramos a otro lado, porque eso no me afecta directamente, o cuando no ejercemos contraloría y veeduría ciudadana a los actos del gobernante, entonces, no estamos ejerciendo nuestro deber, tampoco nuestra ciudadanía; por lo tanto, estamos cómodamente dejando en manos de otros las decisiones que deberíamos tomar todos como miembros en la sociedad.

La evolución –para mejorar- es el camino de la humanidad. Así que, si no gusta lo que vemos, hay que asumir el rol y participar para hacer los cambios que se requieren. Todo depende del ciudadano, no miremos hacia otro lado, asumamos el compromiso como sociedad y ejerzamos nuestros derechos, si no lo hacemos los perdemos. Lo contrario es continuar ayudando a crecer la democracia insignificante, y sin autoridad para cuestionarla.