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Por: Infobae 

La duración y la profundidad de la crisis económica provocada por la pandemia del COVID-19 dependerán de tres factores: la velocidad de la propagación del virus y a cuántas personas afecte, cuánto tiempo pase antes de que se encuentre una vacuna y si las medidas de los gobiernos logran realmente mitigar el daño. Este es el análisis de la Conferencia de las Naciones Unidas para el Comercio y el Desarrollo, la UNCTAD. También dijo que el costo de la crisis en el ingreso global podría llegar a 2 billones de dólares. Una cifra conservadora ante otros pronósticos. La rápida propagación del coronavirus está provocando pánico en los mercados financieros, fuga de capitales, devaluación de las monedas frente al dólar y una creciente amenaza de depresión global. Jeffrey Frankel, profesor de la Escuela Kennedy de la Universidad de Harvard, cree que la posibilidad de una contracción económica “aumentó dramáticamente en los últimos días”. “Estamos muy cerca de una recesión global”, asegura.

En un principio, cuando todavía seguíamos bajo los efluvios del Año Nuevo, la noticia de un brote de un virus desconocido en un mercado chino parecía un problema circunscripto a un grupo de personas que come animales salvajes. Luego, vinieron las alarmantes cuentas de enfermos y muertos. Muy pronto, nos enteramos de que el epicentro de la epidemia, la provincia de Hubei y en particular su capital Wuhan, es un centro industrial clave para la economía global. Con la cuarentena, en Wuhan se dejaron de fabricar piezas de autos, computadoras, celulares, etc. que proveen a las manufactureras más grandes del mundo. Hubo signos de alarma lanzados por fabricantes de automóviles alemanes y de las marcas más destacadas del hardware de Silicon Valley. Se rompió la cadena de producción.

De inmediato vino la hecatombe de las aerolíneas. Los aviones trasladan el virus por el planeta. Los pasajeros cancelaban sus viajes. Los gobiernos comenzaron a restringir los vuelos hasta que Trump –con esa impetuosidad que lo caracteriza- prohibió la llegada de cualquier turista de Europa a Estados Unidos. La epidemia podría costar a las compañías aéreas hasta 100.000 millones de dólares, calculó la Asociación Internacional de Transporte Aéreo (IATA). Junto a los aviones, se detuvo casi toda la industria turística, desde los cruceros (varados en cuarentena) hasta los hoteles. Se perdieron cientos de miles de puestos de trabajo y convirtieron playas soñadas en desiertos. Obviamente que todo esto repercutió muy negativamente en las bolsas de todo el mundo. Wall Street vivió un lunes negro y después vino un miércoles y un jueves. En cuatro días perdió un 20% con respecto al pico que había alcanzado el 12 de febrero. El Dow Jones tuvo su peor jornada desde 1987 y se hundió en un “bear market” (mercado bajista). La recuperación del viernes pareciera ser una brisa pasajera. En medio de esta crisis, Arabia Saudita y Rusia no lograron ponerse de acuerdo en torno a una baja de la producción para estabilizar el precio del petróleo. Y molestos por la falta de acuerdo, los sauditas lanzaron una guerra de precios, que dejó el barril de crudo cerca de los 30 dólares, tras una caída en un día nunca vista desde la Guerra del Golfo en 1991. Otras materias primas, como la soja, también terminaron con precios en sus mínimos históricos.

“Todo esto, pone en peligro la recuperación mundial”, dijo la directora del Fondo Monetario Internacional, Kristalina Georgieva. En realidad, el crecimiento económico global podría descender a la mitad de lo que se había proyectado. “Podría llegar hasta el 1,5%, un piso demasiado bajo porque eso estaría mostrando que buena parte de los países tendrían crecimiento negativo”, según la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE). Neil Shearing, el economista jefe de la empresa de análisis de mercado Capital Economics, advirtió a sus clientes que se aproxima una “recesión aguda”. En el medio, por supuesto, están los especuladores financieros que aprovechan el río revuelto para hacer enormes ganancias a costa de los pequeños ahorristas. Neil Irwin, analista del New York Times escribió que en Wall Street estaba sucediendo algo “raro”. “Los bonos y las acciones se están moviendo en paralelo y no en dirección opuesta como ocurre siempre en los mercados. Cuando hay crisis los ahorristas pasan a las acciones más estables y bonos como los del Tesoro estadounidenses. Ahora, caen todos al mismo tiempo, incluso el oro. Y eso es raro”, escribió. Hay grandes operadores detrás de esos movimientos “raros” que van a surgir como los grandes ganadores de la crisis. Pronto sabremos sus identidades.

Muchos analistas están comparando este momento con la crisis financiera y la recesión de 2008-09 provocada por el colapso de la burbuja inmobiliaria y de las hipotecas subprime en Estados Unidos. Pero los que manejan la geopolítica, además de la economía, ven una analogía con el 2001 tras los atentados contra las Torres Gemelas de Nueva York. “Es el cisne negro. Apareció de la nada. Ese 11/S nos shockeó a todos, nos dejó knock out, fue un golpe durísimo. Y desató todo tipo de reacciones, desde el negacionismo hasta el “no fue para tanto”. Con el coronavirus está pasando lo mismo, apareció de golpe y en menos de tres meses ya está en todo el planeta. Cuando se desata aumenta exponencialmente hora a hora y deja un escenario de guerra con las ciudades vacías, la gente refugiada en sus casas y muchos muriendo en hospitales colapsados. El 11/S lo superamos con el tiempo y el coronavirus también. En el medio tendremos que lidiar con una dura recesión. Es así”, cuenta desde Nueva York un economista argentino que opera en Wall Street y que vivió muy de cerca el 11/S.

En 2008/9, fue el G20 (los 20 países industrializados y emergentes, que representa al 66% de la población mundial y el 85% del PBI) quien tomó las riendas de la respuesta a la crisis. En ese momento se hablaba de «un gobierno económico mundial”. Doce años después, la situación es sustancialmente diferente. La guerra comercial entre Estados Unidos y China por el liderazgo de la revolución científico-tecnológica de la segunda mitad del siglo dejó demasiados heridos en el camino. El Brexit y la inestabilidad política en varios países europeos y asiáticos contribuyen al malestar. Una ola nacionalista y populista se extiende y hay cada vez más globalifóbicos. Esto deja al G-20, presidido este año por Arabia Saudita, sin el margen de maniobra que tenía.

Latinoamérica

En América Latina, estamos ante un cóctel envenenado. Al coronavirus hay que sumarle un crecimiento muy lento, el desplome de las monedas y la caída del precio del petróleo, la soja y otros commodities. “Brasil, Chile y Colombia están entre los países más afectados por la devaluación de sus monedas en lo que va del año. Y los países que ya están en recesión, como Argentina, por ejemplo, verán una recesión más profunda, mientras que los que están al borde de una, como es el caso de México, se verán arrastrados a una recesión”, explica Marcos Casarin, economista jefe para América Latina de la consultora británica Oxford Economics. La peor parte, de acuerdo a Casarin, la veremos en los resultados de este primer trimestre y deberíamos observar una mejora a partir de mediados de año. “Pero todo esto depende de variantes que aún no conocemos y que tienen que ver con la evolución del virus”, aclara.

Ya se sabía, mucho antes del coronavirus, que la dependencia económica de China era un arma de doble filo en la balanza comercial de muchos países latinoamericanos. En 2008, cuando Europa y Estados Unidos sucumbían ante la crisis financiera, esa estrecha relación permitió a la región aislarse y amortiguar la caída. Ahora, en cambio, esa “chino-dependencia” nos puede llevar a pique. Según los cálculos de la OCDE, un punto menos de crecimiento en China implica una caída en idéntica proporción en el crecimiento de América Latina. Tres de las grandes economías regionales –Brasil, Chile y Perú– tienen en el gigante asiático el primer destino de sus productos. Para varios otros países, es su segundo importador. En los primeros días el temor estaba centrado en los minerales de uso industrial como hierro y cobre, que dejaba de comprar Beijing. Esto, afectaría principalmente a las economías andinas. La estrepitosa caída del precio del petróleo cambió el foco. Venezuela, Ecuador, Colombia, Brasil y México vieron mermar su entrada de divisas en forma dramática. Goldman Sachs ya actualizó a la baja su perspectiva para las principales economías de la región: Brasil y Ecuador crecerán siete décimas menos (del 2,2% al 1,5% en el primer caso; del -0,3% a un deprimente -1% en el segundo); Perú, cinco décimas menos (del 3,3% pasa al 2,8%); y Colombia, cuatro (del 3,4% al 3%). Argentina, sigue dependiendo de su negociación por la abultada deuda con el FMI y los tenedores de sus bonos. El virus puede mejorar o empeorar su posición dependiendo del grado de pánico de los acreedores. “Estamos ante su posible segunda década perdida para América Latina. El coronavirus llega en un muy mal momento, de muy bajo crecimiento”, dice apesadumbrada, Lourdes Casanova, directora del Instituto de Mercados Emergentes de la Universidad de Cornell.

El virus ataca en forma salvaje a los pulmones y aún con más fuerza a la economía.