Colombia entró este domingo en la era del cambio con la investidura de Gustavo Petro, primer presidente de izquierda del país, quien trazó las líneas maestras de una revolución pacífica para construir una nación «justa, fuerte y unida» en una vistosa ceremonia cargada de simbolismos.

Petro, de 62 años, coronó así el ideal bolivariano que comenzó en su juventud cuando entró a las filas del grupo guerrillero Movimiento 19 de Abril (M-19), cuyas banderas se vieron hoy entre la multitud que se dio cita en una abarrotada Plaza de Bolívar, en el centro de Bogotá, para aclamarlo de comienzo a fin.

Entre un púbico emocionado por la ascensión de la izquierda al poder y por la posibilidad de asistir por primera vez a un acto de esta naturaleza, tradicionalmente reservado para jefes de Estado, políticos y otras autoridades, se vieron además banderas de Colombia, carteles de la campaña presidencial de Petro y un enorme retrato del presidente abrazado con su vicepresidenta, Francia Márquez.

La vicepresidenta, primera afrocolombiana en llegar al segundo cargo en importancia del país, fue otro de los símbolos del cambio en la ceremonia, a la que acudió vestida con traje azul con figuras de color naranja, y al jurar el cargo añadió su ya característica frase: «Hasta que la dignidad se haga costumbre».

INVITADOS IGUALES

En la tarima, detrás del nuevo presidente, se sentaron los invitados internacionales, lista encabezada por el rey Felipe VI de España y por los presidentes de Argentina, Alberto Fernández; Chile, Gabriel Boric; Honduras, Xiomara Castro; Paraguay, Mario Abdo Benítez; Ecuador, Guillermo Lasso; Costa Rica, Rodrigo Chaves; Bolivia, Luis Arce y República Dominicana, Luis Abinader.

También en un lugar preferencial se sentaron otros «invitados de honor» de Petro, un grupo de personas humildes que ejercen oficios diversos, como barrendera, pescador, un campesino cafetero o una vendedora ambulante, una muestra de los vientos de cambio en la estructura del poder del Estado y en su relación con la ciudadanía.

«Aquí está como en el recorrido de mi existencia, el pueblo. Las manos humildes del obrero, aquí están las campesinas y las que barren las calles. Aquí están los corazones del trabajo, las ilusiones de quien sufre, aquí están las mujeres trabajadoras que me han abrazado cuando decaigo, cuando me siento débil, el amor del pueblo y el amor al pueblo, a la gente que sufre excluida, es el que me tiene aquí para unir y construir una nación», manifestó Petro.

Para la ceremonia de investidura, Petro, vestido con traje y corbata oscura, acompañado por su esposa, Verónica Alcocer, de vestido blanco símbolo de la paz, y sus hijos, salieron del Palacio de San Carlos, sede de la Cancillería, y recorrieron a pie unos 200 metros hasta la Plaza de Bolívar, acompañados por un riguroso esquema de seguridad del cual hizo parte de manera simbólica, la Guardia Indígena.

EL SIMBOLISMO DE LA ESPADA DE BOLÍVAR

Uno de los momentos más emotivos de la ceremonia fue cuando la senadora María José Pizarro, hija de Carlos Pizarro, comandante del M-19 que fue compañero de Petro en esa guerrilla y cayó asesinado en marzo de 1990 cuando era candidato presidencial tras dejar las armas, impuso la banda presidencial al nuevo jefe de Estado.

Pizarro, que lucía una chaqueta roja que llevaba en la espalda la foto de su padre con una frase premonitoria de este: «Que la lucha por la paz no nos cueste la vida», no pudo contener las lágrimas y abrazó a Petro al ver cumplido también el sueño del asesinado excomandante del M-19.

Nada más jurar el cargo, Petro dio su primera orden presidencial, de que sacaran la espada del Libertador de la Casa de Nariño y la llevaran a la Plaza de Bolívar para que ese símbolo de la Independencia de Colombia, y también del M-19, estuviera a su lado en el histórico momento, una petición que su antecesor, Iván Duque, le negó.

«Como presidente de Colombia solicito a la Casa Militar traer la espada de Bolívar, una orden del mandato popular de este mandatario», afirmó Petro, y media hora después el presidente del Senado, Roy Barreras, ordenó un inusual receso de diez minutos en la ceremonia para dar tiempo a que trajeran la espada.

El robo de la espada de Bolívar fue el primer acto del M-19, que la sustrajo el 17 de enero de 1974 de la Quinta de Bolívar, una casa museo en el centro de Bogotá donde estaba en exhibición, y la devolvió al Gobierno tras firmar la paz y dejar las armas en 1990.

«Esta espada representa demasiado para nosotros», dijo Petro, quien añadió que frente a la urna de cristal que guarda la histórica pieza que «es la espada de pueblo y por eso la queríamos aquí, en este momento, en este lugar».

UNA SEGUNDA OPORTUNIDAD PARA COLOMBIA

En una ceremonia impecable y bajo un sol radiante, que contrastó con la borrasca de la investidura hace cuatro años de Duque, Petro pronunció un discurso centrado en la violencia, la desigualdad y la pobreza que vive el país.

Para enfrentar esos males convocó a los grupos armados al desarme, recordó que la paz es posible, llamó a la solidaridad con los más necesitados y planteó la necesidad de «hacer una Colombia más igualitaria y con más oportunidades para todos y todas».

Tras citar el final de la novela cumbre de Gabriel García Márquez, que habla de «las estirpes condenadas a cien años de soledad», el nuevo presidente dijo a los colombianos: «hoy empieza nuestra segunda oportunidad.

«Es la hora del cambio. Nuestro futuro no está escrito (…) y podemos escribirlo juntos, en paz y en unión», prometió sobre su Gobierno de cuatro años que arrancó este 7 de agosto.

Jaime Ortega Carrascal