Panamá es lo que es hoy por la presencia extranjera. De haber sido por Arnulfo Arias aquí no existirían chinos y quizás nuestra amiga no hubiera ni siquiera nacido

Guillermo A. Cochez
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Por lo que aprendí en la escuela, los originarios panameños no llevaban apellido. El cacique Urraca no lo tenía, como tampoco Panquiaco, Nomé y mucho menos Bayano. Igual ocurrió en México con Montezuma, Venezuela con Guaicaipuro, Toro Sentado en los Estados Unidos.

El invento de los apellidos viene de Europa, en el caso nuestro más de España. Esa realidad nos dice que todo el que lo lleve, en una forma u otra, es descendiente de extranjeros.

Cuando estudiaba Derecho Constitucional en mi carrera de abogado en la Universidad de Panamá, quedé asustado, al igual que los afrodescendientes que estudiaban conmigo, con lo que vi en la Constitución de 1941, impulsada por Arnulfo Arias Madrid.

En su artículo 23 se establecieron las razas de inmigración prohibida: “la raza negra cuyo idioma originario no sea el Castellano, la raza amarilla y las razas originarias de la India, el Asia Menor y el Norte de África.”

La justificación de esa Constitución arnulfista, que gracias a Dios duró muy poco, fue producto de la influencia que tuvo Arias Madrid cuando sirvió de Embajador en Europa en los tiempos de Hitler.

Las consecuencias fueron terribles, sobre todo con los chinos, propietarios de muchas abarroterías, las cuales, al prohibírsele su estancia en Panamá, fueron despojados abusivamente de sus bienes, particularmente por seguidores de Arnulfo. Cuando hoy veo en las redes el mensaje de “Panamá para los panameños”, obligatoriamente me viene a la mente el mismo mensaje de 1941, como Arnulfo trató de vender su racista Constitución.

¿Qué hubiese ocurrido en Panamá de prohibirse, como pretendió Arnulfo Arias, las inmigraciones china, hindú, africana, árabe y caribeña, donde los de tez morena de esa región no tenían como lengua originaria el Castellano? ¿Nos hubiésemos desarrollado hasta lo que somos hoy, el país con mayor crecimiento de Centro América y de los más altos en progreso económico de América Latina? ¿Hubiese venido a invertir a Panamá algún consorcio extranjero?.

En Panamá solo hay que mirar el ejemplo de Chiriquí. Sin los Hartman, Feijoó, Tedman, Koiner, Suárez (de origen libanés), Collins, Janson, por sólo mencionar algunos, la región más productiva del país no sería así. Su auge, precisamente, se debe a la apertura que se dio a los extranjeros, sobre todo en tiempo de los conflictos bélicos en Europa, algo que ocurrió en muchos lugares en Panamá con la persecución desatada a los judíos en todo el mundo.

La provincia chiricana es la primera en ganadería y agricultura de calidad, donde la mecanización es cosa de varias décadas atrás. Sólo no es primera en rubros como pollos, azúcar y banano, pero en ellos es el segundo productor nacional. Con razón que se sienten superiores y diferentes.

Panamá es lo que es hoy por la presencia extranjera. De haber sido por Arnulfo Arias aquí no existirían chinos y quizás nuestra amiga no hubiera ni siquiera nacido. No habría judíos o hindús que hubiesen emprendido con tanto éxito el desarrollo de la Zona Libre de Colón y nuestro comercio al por menor.

No estarían los libaneses o palestinos (África del Norte) que tanto nos han aportado a lo que somos hoy. Peor aún, muchos descendientes de los que tanto aportaron a la construcción del Canal de Panamá, los isleños de Barbados, Jamaica, Guadalupe y Martinica, hubiesen tenido que abandonarnos porque su idioma original no es el español.

Hasta con malos ojos se hubiese visto que un hijo de inmigrantes españoles y judíos, como Laurentino Cortizo Cohen, casado con una portorriqueña, llegase a ser presidente de Panamá.

Nos liberó del yugo español un extranjero, Simón Bolívar, al igual que al Perú, Colombia, Bolivia, Ecuador y su misma Venezuela. Los primeros inmigrantes, los españoles, nos ayudaron a crecer, al margen de lo que hoy, 500 años después, se pueda decir.

Los norteamericanos, con todas sus carencias, nos dieron el Canal de Panamá. Somos una nación donde hindús, orientales, árabes, afrodescendientes, indígenas originarios, en lugar de estarnos discriminando y promoviendo la xenofobia, debemos seguir ese esfuerzo que nuestro escudo nacional nos enseña: Somos “Puente del Mundo, Corazón del Universo”.

Solo los “panameños”, cuya mezcla somos la mayoría, nietos o biznietos de inmigrantes, nacidos o no aquí, haremos de este país lo que todos aspiramos: Un Panamá para todos los hombres y mujeres de buena voluntad.