De los recuerdos más gratos que conservo de Panamá está su gente alegre, jovial y fiestera. Hace algún tiempo, por trabajo, tuve la oportunidad de hacer varios estudios de opinión, (encuestas, focus group y entrevistas en profundidad) y el resultado era innegable, corroboró mi sentir, el panameño es optimista.
No importaba su clase social, si tenia trabajo o no, su nivel de escolaridad, tampoco importaba si vivía en Curundú, en Costa del Este, en Chiriquí, en Veraguas o Bocas del Toro. En términos generales, en el ADN de los panameños está el optimismo.
De esos estudios ya van unos cuantos años y, de acuerdo con lo que se puede observar en el último Informe de Latinobarómetro, las cosas han cambiado un poco, lamentablemente.
El crecimiento económico en Panamá ha llevado a un efecto -similar a demás países en Latinoamérica: “… disminución de las tasas de fertilidad, la atomización de las familias, y el acceso a bienes de consumo por partes significativa de la población…” Además, también se observa que, el materialismo ha generado impacto en los valores, pues cuando los pueblos se preocupan más de los asuntos materiales que de los espirituales, trae consecuencias morales, implicando: “…el relajo de los estándares éticos, el aumento de la corrupción, la violencia y la delincuencia…”
A pesar de lo positivo, ese desarrollo ha llevado a una concentración económica en algunos extractos de la población y, esto a su vez, nuevas fuentes de conflicto y desigualdad por una inequitativa distribución del desarrollo.
Por ejemplo, el estudio revela que a 36 % de los panameños no le alcanza el salario y que 26 % no han tenido suficiente comida para alimentarse con cierta frecuencia.
Es claro que la satisfacción de la democracia está directamente relacionada con la economía, generando impacto en los grados de confianza del ciudadano en sus instituciones. Pues, la economía de las familias afecta de manera sustantiva el bienestar de una parte importante de la población y, ello se refleja en la aprobación de su gobernante, porque esta variable identifica directamente su desempeño. Según el citado estudio, solo 22 % aprueba la gestión del gobierno, lo que representa una caída de 40 % en tan sólo tres años.
La tendencia en la caída en la aprobación de la gestión del presidente Varela genera una cascada de percepciones y sentimientos en la población. Por ejemplo, 81 % de los panameños piensa que el país está gobernado por unos cuantos grupos poderosos para su propio beneficio. Esa es una cifra que debe llamar la atención del liderazgo del país –y por liderazgo me refiero no solo a la clase política- aquí la reflexión debe ser para todos, indistintamente de su nivel de responsabilidad, bien sea en el sector público o privado.
Latinobarómetro aplicó este año una variable que intenta mostrar las razones por las que la gente desconfía y desaprueba la gestión gubernamental. Para el caso, en Panamá, un 49 % de la población dice que, lo más importante es el trato por igual, es decir, el componente de la igualdad ante la ley está en el corazón mismo de la percepción ciudadana.
En esta pregunta los encuestados podían marcar todas las que querían y un 29 % de los ciudadanos dice confiar cuando los funcionarios cumplen sus promesas y, el tercer elemento central es que, el 25% dice que puede confiar si las instituciones son fiscalizadas. Temas para analizar.
Adicionalmente, para el 70% de los panameños el conflicto entre ricos y pobres es muy fuerte. Esta percepción de la población ha contribuido a minar el optimismo del panameño, llevándolo a declarar que solo el 11 % tiene confianza interpersonal. O sea, estamos ante un escenario donde nadie está confiando en nadie.
A pesar de esto, el 72% piensa que, con todos los defectos y problemas, la democracia es el mejor sistema de gobierno; aunque, el apoyo a la misma ha caído 29% en los últimos 21 años. Es decir, 7 de cada 10 panameños piensa que es el mejor sistema, pero, menos de la mitad de los ciudadanos le apoya.
En mi opinión, es claro el camino a seguir. Rectificar, desarrollar políticas públicas incluyentes, eficientes, que combatan la desigualdad y generen oportunidad para todos, mayor transparencia en el accionar –público y privado- y, sobre todo, mayor democracia.
El presente de Panamá no se ve bien, pero, el futuro es optimista. Las estadísticas muestran el camino de lo que se requiere para que así sea.