Los ojos son el espejo del alma, no hay duda alguna, pero ciertas cosas resultan imposibles de reconocer con tan solo mirarlos. Una persona puede lucir muy tranquila mientras por dentro lleva una procesión de emociones densas. Quizás su cuerpo delate algo o podamos intuir una pesadumbre, pero saber lo que ocurre en su mundo interno estará más allá de nuestro alcance a menos que decidiera acercarse para contarnos su pesar, asunto que sucede en ocasiones entre extraños en bares y aviones.
En el consultorio de mi acupunturista hay un letrero en la sala de espera que dice “Sé amable, porque cada persona que te encuentras está librando una dura batalla”. La frase se le ha atribuido a Platón, aunque por lo visto es de Ian McLaren, un autor y teólogo escocés del siglo XIX. Pero olvídate del mensajero, lo que importa es el mensaje: todos nosotros, de una forma u otra, enfrentamos situaciones difíciles y dolorosas. Y todos, sin excepción, merecemos una dosis de amabilidad y compasión.
Ser amables con la gente que amamos es (casi siempre) sencillo o al menos fluye con mayor naturalidad. Lo complicado es serlo con gente desconocida, y más aún, con las personas que nos desagradan. ¿Podrías ser amable con tu adversario o con alguien que no toleras? Lograrlo requiere poner en marcha los mecanismos del amor incondicional, asunto que no debería ser potestad exclusiva de santos o iluminados, y esto significa reconocer en otros esa misma batalla que nosotros libramos cada día. Aunque no sea evidente a simple vista.
Escribiendo estas líneas me vienen a la mente las frases de dos argentinos. La primera es de Fito Páez en su canción “El chico de la tapa”, que sirve de segunda parte a la hermosa historia de “11 y 6”. Si no has escuchado ambas canciones, no hay problema, de nuevo el mensajero es un accesorio porque relevante es el mensaje. El coro de la canción dice “el mundo está lleno de hijos de puta / y hoy especialmente está llena la ruta / no voy a morir de amor”. Ya lo sabrás por experiencia: no todos allá afuera son unos angelitos, y si vas con el corazón en bandeja de cristal, corres el riesgo de que termine astillado.
La otra es de mi amigo Julio Bevione a quien le he escuchado decir en sus conferencias “tienes que diferenciar entre tu peo y mi peo”. Aquí el término gaseoso es utilizado a la venezolana, es decir, como sinónimo de problemas o conflictos. Julio se refiere a la importancia de distinguir entre los problemas que nos corresponden y aquellos que no podemos llevar a cuestas porque sencillamente no son nuestros.
Ambas frases, sumada a la del consultorio de mi acupunturista, ilustran muy bien los malabarismos requeridos para moverse con amabilidad y amor en la cotidianidad. Porque no todo el mundo será amable contigo, pero si tienes conciencia de que todos estamos librando algún tipo de batalla, a cualquier nivel, podremos elegir una respuesta más compasiva con las personas que encontremos en el camino.
Y eso no significa que debamos cargar con su batalla o resolvérselas. Tampoco permitir que nos violenten o se aprovechen de nosotros. Pero reconociendo que todos vamos por la vida con algún sufrimiento nos dará, al menos, la capacidad de entender que una dosis de amabilidad disuelve la mala onda. Incluso en la gente más pesada, amargada, o simplemente, hija de puta.