Gustavo Ocando Alex

Jonathan Núñez Almarza, un venezolano de 30 años que sufre de distrofia muscular de cadera, debió ducharse a tientas en Nochebuena por culpa del enésimo apagón del año ocurrido en su edificio y en las cuadras del sector 10 de la urbanización San Jacinto de Maracaibo.

La luz tenue de un bombillo recargable era todo lo que le iluminaba dentro del baño. Su movilidad, ya desafiante por su condición, estuvo amenazada al extremo en la oscurana.

Afuera, el resto de su apartamento, su habitación incluso, era pura tiniebla. Reinaba el silencio, no el bullicio ni la algarabía tradicional de Navidad entre sus vecinos.

Eran las 6:00 de la tarde del martes 24 de diciembre cuando la empresa estatal Corpoelec dejó a oscuras a su vecindad. Corrían los minutos. Se hacía más oscuro. No restituían el servicio.

“Como pude, me bañé. Tengo que tener mucho cuidado. No tengo estabilidad y me tropiezo. Puedo caerme”, cuenta, días después de la celebración empañada por aquel corte eléctrico.

En penumbras, Jonathan bajó lentamente las escaleras de dos pisos junto a su madre para asistir a misa de Navidad a una iglesia cercana.

Debió sortear otro reto más en su camino: los escalones, hechos de cemento, están deteriorados por el paso del tiempo. Temía un paso en falso.

El joven usa bastón para movilizarse. Ocasionalmente, también utiliza una silla de ruedas. Sus piernas se han tornado en los últimos años más delgadas, menos firmes, por su enfermedad.

Un vecino les acompañó hasta el templo. La cuadra de la iglesia tenía servicio eléctrico. Su párroco, sin embargo, decidió no prender los aires acondicionados para evitar que se averiaran.

En ciudades zulianas como Maracaibo, la temperatura ronda los 35 grados centígrados y la humedad supera el 70 por ciento en promedio.

“La gente se estaba ahogando en la iglesia. Nos ‘echamos un vientico’ con lo que pudimos, con un cartón, con un abanico. Había bastante calor”, recuerda Jonathan.

A quince minutos para las 9:00 de la noche, la electricidad volvió. Las casi tres horas de apagón fueron suficientes para aniquilar el ánimo de la gente en la fecha cumbre de diciembre, dice el joven, licenciado en Comunicación Social en la Universidad del Zulia, hoy desempleado.

No hubo jolgorio, ni algarabías. Ni siquiera luego del apagón se escuchó la música a todo volumen donde sus vecinos. “Esto parecía un cementerio. Esto estaba muerto, muerto”, revive.

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