Por: Juan McKay
Corría el año 1989, cientos de panameños habíamos emigrado, algunos por razones políticas, otros
por razones económicas y otros escapando a los apagones programados, bancos y super mercados cerrados, otros por la falta de derechos como la libre expresión por el libre ejercicio del periodismo.
Yo tuve la suerte de haber obtenido un título en una universidad estadounidense que me permitió salir de Panamá con un trabajo asegurado y, aunque me costó bastante dinero obtener mi visa de trabajo, pude emigrar legalmente y pude sostener a mi familia gracias a tener un trabajo decente.
No fue una época fácil, largas horas de arduo trabajo, un costo de vida muy superior al que estábamos acostumbrados y limitaciones en el intercambio y contacto con familiares y amigos, moldearon una época en la que hubo momentos de alegría y de mucha melancolía. El simple hecho de haber vivido los angustiantes momentos de la invasión lejos del terruño, sin mucha información y con escasa comunicación con la familia, no ayudaron mucho al desenvolvimiento de una vida como la que se anhelaba.
Aún recuerdo cuando recibía llamadas de amigos y colegas que no habían corrido la misma suerte que Yo. Evoco esas llamadas, como la de un excelente periodista me rogaba con preocupación, que lo ayudara a “conseguir algunas horas de trabajo” en la cadena de TV en la que Yo laboraba, pues el no había podido lograr nada mas allá de “echar gasolina algunos días durante los fines de semana”. Otros buenos profesionales, arreglaban jardines, cortaban yerba, eran choferes y tantas otras cosas que se tuvo que hacer, por necesidad…
Lo que esta sucediendo en Panamá en este momento, dista mucho de la solidaridad que siempre caracterizó a nuestros compatriotas y ahora queremos culpar a extranjeros, que la mayoría han emigrado a nuestro país por necesidad. Lo irónico es que, como es costumbre, los primeros en emigrar siempre son los mas pudientes, los que vienen a crear empresas, traen a sus familias y se establecen legalmente. Muchos de las segundas olas migratorias son los que causan más problemas.
El “boom económico” que hemos disfrutado en Panamá por los últimos 20 años, hizo “bulla” en los oídos de quienes, ante el desespero que viven en sus países, se ven obligados a migrar hacia países donde puedan vivir en paz, criar a sus hijos y desarrollarse profesionalmente. De la misma manera, despierta el interés de personas del mal vivir, quienes buscan víctimas para seguir la ola de delitos a la que están acostumbrados.
Estos últimos, una minoría, ingresan como turistas y mientras delinquen, promueven una mala reputación a sus compatriotas, algunos de los cuales sudan la gota gorda, realizando labores que los panameños ya no quieren desempeñar o sencillamente, consideran que les resta estatus en una sociedad que aún mide a la gente por el celular y el vehículo que manejan.
Todo país debe tener el derecho de regular el ingreso y permanencia de extranjeros al país. Lo que no debe ni se puede promover es por un lado la discriminación y por el otro, la subjetividad en los criterios y mucho menos promover la violación de derechos humanos, como por ejemplo el derecho a la libertad de expresión.
La gran mayoría de los países y Panamá entre ellos, se han visto fortalecidos cultural, social y económicamente, gracias a la migración. ¿Qué sería de nuestro país si personas como Juan Ramón Poll, “Don Colchón”, Tony Fergo y Anoland Díaz entre tantos otros, no se hubieran radicado en Panamá?
Las colonias china, judía, musulmán e india por mencionar algunas, han contribuido y aportado grandemente a que seamos ese pueblo multicultural que somos. La mezcla del arroz chino, con la torrejita de maíz nuevo, la solidaridad con los más necesitados y el establecimiento de grandes empresas no es más que el producto de la visión de muchos que creyeron en Panamá y los panameños.
Todos los panameños, incluyendo a los indígenas, hemos emigrado de algún otro lugar. Si quieren confirmar esto, los invito a ir al Museo de la Biodiversidad y se darán cuenta por qué no existe tal cosa como grupos originarios. ¡Todos somos inmigrantes!
No debemos permitir que se nos falte el respeto, pero pretender expulsar a alguien del país por comentar que somos impuntuales, que el tráfico es casi que inmanejable o por el juega vivo con el que nos toca lidiar diariamente, no creo que sea justo ni saludable. Mas bien, ¿por qué no mejor iniciamos cambiando nosotros mismos nuestras propias actitudes y forma de comportarnos y regresamos a la práctica de los principios y valores que tanta falta nos hace?
¿Por qué mejor no criticamos y denunciamos a los malos empresarios que abusan de los extranjeros sin papeles, al explotarlos y no pagarles ni el seguro social ni los impuestos correspondientes? ¿Por qué mejor no le exigimos a los inspectores de migración, que no acepten “sobornos, coimas o mordidas” y que cumplan su función de hacer cumplir las leyes que ya existen?
Debemos promover que las autoridades correspondientes agilicen los trámites para quienes legalizar su estatus migratorio, sin caer en “crisoles” y otras acciones que solo buscan enriquecer las arcas del gobierno de turno y de los malos funcionarios.
Es muy fácil ver “del ojo para afuera” y criticar a todos los demás, pero nosotros estar exentos de hacer las cosas como se deben hacer o peor todavía, culpar a los gobiernos de todo lo malo que sucede.
No permitamos que el populismo, la chabacanería, la falta de respeto y la intolerancia prevalezcan sobre las buenas costumbres, la amistad, la camaradería y la solidaridad que, como buen país caribeño que somos, hemos practicado por tantos años.
“Que Viva Panamá y sean bienvenidos todos los que de forma ordenada quieran acompañarnos a los que tuvimos la suerte de nacer en esta bella tierra, en trabajar para hacerla más grande, más bella y mejor”.