La situación política en Venezuela somete a los ciudadanos a situaciones inverosímiles. Apenas dos semanas después de las cuestionadas elecciones del 15 de octubre, la población se encuentra una vez más en una encrucijada que no debiera existir en democracia: la decisión de si votar o no votar.
Las postulaciones para las elecciones municipales comenzaron este pasado 30 de octubre, y con ellas, las posiciones encontradas entre los partidos políticos y simpatizantes de oposición. Unos argumentan que ir a elecciones con un CNE servil y manipulador es hacer el juego a los narcotraficantes del gobierno. Otros, por su lado, consideran que la abstención solo beneficia al PSUV puesto que les deja el camino libre para hacerse de cargos de elección popular sin necesidad si quiera de hacer trampa.
El panorama es ciertamente confuso. Andrés Velasquez pelea por la gobernación de Bolívar, Juan Pablo Guanipa fue desconocido por el mismo CNE por no humillarse a la Asamblea Constituyente mientras los cuatro gobernadores adecos ahora están siendo rechazados por sus electores por haberlo hecho. Maria Corina Machado sigue apelando a una salida no electoral, Capriles y Almagro atacan a la MUD y Ramos Allup ataca a Almagro. Todo un torbellino de acusaciones y evasiones de culpas que maquiavélicamente el gobierno aprovecha a su favor a través de una de las marionetas favoritas de los Castro: Tibisay Lucena. Entre tanto, la respuesta a la interrogante de si votar o no sigue sin asidero firme. Priva la necesidad entonces de tener corazón caliente y cabeza fría.
Los maestros de la meditación coinciden en que el hombre sufre por su incapacidad de aceptar la realidad. Con riesgo de parecer indolente, considero que el pragmatismo es fundamental en esta realidad que nos rodea: votar es necesario, no porque gobernadores y alcaldes tengan el poder de cambiar la situación del país, sino porque se le da dimensión a la voz opositora, se obliga al gobierno a salirse del hilo constitucional, y ultimadamente, si cometen fraudes electorales se acumulan más pruebas de sus crímenes que los condenan y aíslan.
Es desesperante, sí. Las elecciones no traen medicinas a los hospitales, ni reducen la inflación a un dígito, ni encarcelan a los secuestradores, pero suman a los esfuerzos de calle y de denuncia que se están haciendo en Venezuela y el mundo. El camino se transita caminando, no estando sentados. El triunfo electoral de diciembre de 2015 obligó al gobierno a desconocer el principio universal del voto en las elecciones de la ANC. Quedaron al descubierto, y ganamos. También es verdad que es indignante, pero tanto como tener un seguro de carro contra robos. Si nadie debiera robar carros ¿Por qué hay que gastar dinero en un seguro? Para eso están los policías ¿no? Sí, cierto, pero existen los ladrones de carros. También los ladrones de votos. No votar para que no nos roben las elecciones es como no trabajar para que no nos roben el sueldo.
En conclusión, si bien la situación no parece dejar muchos estímulos a la participación, hay que continuar participando, con expectativas apegadas a la realidad. El gobierno está perdiendo cada día piso de legitimidad, un grito, una denuncia y un voto a la vez. Sigamos.