Como quiera que lo veas, vivir es un riesgo. Tomar el volante, iniciar una relación, cambiar de trabajo, abrir una empresa, tener hijos. Para crecer hay que arriesgarse y temerle al riesgo es natural. Pero, ¿cuánto has ganado y has perdido con ese temor? Pretender que podemos vivir al margen del riesgo no es solo una quimera: es una forma de apagarnos lentamente.
Hace días Seth Godin preguntaba en su blog “¿cuántas experiencias te has perdido ya que las (poco probables) desventajas son demasiado aterradoras para contemplarlas?”. Godin aclaraba que una cosa es sentir riesgo y otra es ponerse en riesgo. La diferencia es importante, comenzando por el riesgo físico. Luego de haber saltado en paracaídas, esquiado en nieve y lanzarme en varias empresas, una cosa he aprendido: hay que conocer nuestras capacidades, entender que existen factores que escapan a nuestro control y hace falta una dosis de valor para empujar los límites. Administrar conscientemente este balance marca la diferencia.
Si yo mismo empaco mi paracaídas o me lanzo por una pista negra doble diamante me estaría poniendo en riesgo más allá de mis capacidades. Para ser más exactos, estaría cometiendo una estupidez.
Pero Godin habla en realidad de los riesgos emocionales, profesionales y financieros, entre otros. Esos que debemos tomar para salir de nuestra zona de confort y crecer verdaderamente. Cuando exploramos algo nuevo, avanzamos por un terreno incierto donde aprendemos y ejercitamos todos nuestros recursos. Allí no hay garantías de éxito (esa garantía jamás existe) pero si manejas esa sensación de riesgo conscientemente el resultado puede ser fabuloso. O no. En todo caso, seguramente es mucho mejor a permanecer inmóvil y observar la vida pasándote de largo.
¿Y que hay de la posibilidad de fracasar? Siempre está allí, pero eso no significa que ocurrirá. Más importante que las posibilidades son las probabilidades. Entender esto es vital para reducir el temor a los riesgos.
Que algo pueda ocurrir no implica que necesariamente vaya a pasar. La verdad es que ese algo (temible o no) tiene probabilidades de suceder y estas serán más altas o bajas según la actividad y el contexto. Conozco gente que confunde ambas cosas y prefieren no dar un paso ante las posibilidades de que suceda lo peor. Es gente que reduce al mínimo sus probabilidades de vivir a plenitud.
Por ejemplo, viajando en auto o avión hay posibilidades de sufrir un accidente; pero es más probable que experimentemos un accidente automovilístico que uno de aviación. También es cierto que entre ambos es más probable que el de avión sea fatal. Aún así, las estadísticas nos dicen que viajar en avión es más seguro que hacerlo en la autopista. ¡Cuéntale eso a una persona con terror a volar!
Si el miedo a los aviones domina a esta persona dejará de conocer lugares maravillosos. Es su decisión. Ella podría hacer terapia para controlar su miedo o superar su fobia. También podría armarse de valor, sentir el riesgo y apretar los apoyabrazos hasta que las ruedas toquen la pista.
O decir “me basta con ver ese lugar en fotos”.
¿Cuáles riesgos estás dispuesto a tomar para avanzar hacia donde quieres? De tu respuesta dependen muchas cosas.
La sensación de riesgo activa tus sentidos y te pone en movimiento. Ante ella, el miedo es una reacción con el poder de secuestrarte. Y rehén del miedo pierdes tu libertad.