Los venezolanos estamos deprimidos, por más que se decrete la Navidad y que se disponga que bailar salsa es la norma del momento, sentimos desesperanza. Sin duda, 18 años de retroceso son muchos para la vida de un ser humano, pero las naciones son mucho más que un mal momento. Venezuela es mucho más que un territorio de 916 mil 445 kilómetros cuadrados en el que vivimos unas 31 millones 28 mil 337 personas, con todo lo que la palabra persona significa: sueños, esperanzas, amores y guayabos, niños que van creciendo y para quienes abrigamos el deseo de una vida mejor que la nuestra, como nos sucedió a nosotros en relación con nuestros padres.
Somos una comunidad espiritual, una amalgama de historia, cultura, tradiciones y anhelos. Los habitantes de esta tierra somos los venezolanos, así es nuestro gentilicio. Nuestro nombre viene del Golfo de Venezuela por aquello de “la pequeña Venecia”. Antes de eso, Cristóbal Colón pensó que había llegado al Paraíso Terrenal en las bocas del Orinoco: “Y digo que si este río no procede del Paraíso Terrenal, viene y procede de tierra infinita, del Continente Austral, del cual hasta ahora no se ha tenido noticia; mas yo muy asentado tengo en mi ánima que allí donde dije, en Tierra de Gracia, se halla el Paraíso Terrenal”.
Tierra de Gracia, como primeramente nos nombra Colón es un nombre cargado de significado. Gracia, en teología es aquello que Dios brinda gratuitamente al ser humano, sin entrar a pensar si lo merece o no. Pero la gracia, como cualidad, se refiere también al humor y a la belleza. Cuando uno dice que los maracuchos son graciosos, es porque tienen un particular sentido del humor que les caracteriza y les hace ser ocurrentes y divertidos. Cuando uno dice que la mujer venezolana es agraciada, es no solo porque es bella por naturaleza, en este mestizaje maravilloso de etnias que nos conforman, sino también porque sabe ponerse bella y no me refiero estrictamente a la cirugía plástica -que también ha tenido entre nosotros gran desarrollo- sino a esa habilidad de arreglarse bien, de lucir hermosa, de maquillarse en el carro, en una cola, mientras lleva a los niños al colegio. Pero nuestros dones van más allá de estas cualidades. Somos tierra de gente increíblemente talentosa: en la música, la poesía, la pintura, la ciencia, la arquitectura y tantas otras artes y habilidades.
¿Es Venezuela un país de maravillas? ¿Es la tierra infinita que avizoró Colon? Por supuesto que sí y de ello no debemos tener la menor duda, que no madure en nosotros el pesimismo: nuestro clima es inigualable, nuestra tierra fértil y nuestra agua abundante, aunque haya racionamiento. Desde las cumbres nevadas de Los Andes, hasta las blancas arenas de Los Roques, una variedad infinita de paisajes, flora, fauna y posibilidades de progreso se dan cita. Cuando pensamos en las maravillas nacionales, los venezolanos solemos hablar del Salto Ángel, el Pico Bolívar, la Gran Sabana, los Médanos de Coro, el Orinoco, el Caroní, los llanos, Margarita y la Colonia Tovar. Efectivamente todas estas gracias con las que Dios nos ha dotado son increíbles, como también lo es el petróleo de nuestro subsuelo, pero nuestra verdadera maravilla está en nuestro paisaje humano, no lo perdamos de vista. En lo que somos los habitantes de este lugar: en la bondad de la gente, que es mayoritariamente honesta a pesar de la mala fama de corruptos y mayoritariamente decente, a pesar de que ocupamos el primer lugar del malandraje.
Somos un país de maravilla porque los venezolanos hemos podido hacer, con esos dones con los que la Providencia nos dotó, cosas extraordinarias: un puente sobre nuestro más importante lago, que es de los mejores en su género; una represa en el lecho del Caroní, que es la segunda del mundo; una ciudad universitaria que es patrimonio de la humanidad y que debería serlo también, algún día, de nosotros. Si la Sierra Nevada es impactante, tanto más lo es que en su costado los venezolanos hemos construido el teleférico más largo y alto del planeta. Nuestras industrias básicas, hoy devastadas, alguna vez apoyaron el progreso de la nación. Este progreso volverá.
Este tiempo va a pasar, sin duda va a pasar. El alma venezolana sobrevivirá a este momento, recuperará su buen humor y su gracia, sus atributos y su afán de bienestar y felicidad. Pero para que ello suceda toca, como diría Henley: mantener el alma invicta, la cabeza erguida y convertirnos en dueños de nuestro destino. En otras palabras: echarle un camión.