El objetivo de la nueva escuela de mis hijas es formar a los niños para un mundo que aún no conocemos. Me gusta esa visión. Está enraizada en ideas de gente como Sir Ken Robinson quien dice “educación es aquello que nos lleva a ese futuro que no podemos captar”. Solo piensa en esto: nuestros niños realizarán trabajos que probablemente no existen hoy en día. Y si existen, ejercerlos en las próximas décadas será algo completamente distinto.
Hace años que la educación dejó de ser simple memorización para convertirse en el desarrollo de habilidades. Ya no se trata de saber, sino de pensar. Con la avalancha de información actual nuestros hijos necesitan bases sólidas para desarrollar su potencial y llevar una vida plena. Fíjate que no digo exitosa, pues creo que el éxito es resultado de sentir una profunda satisfacción con la vida tenemos. El éxito más grande es aprender a vivir.
En un artículo para el sitio web Babble, Michelle Horton comparte tres enseñanzas que ayudarán a nuestros niños en el mundo incierto que les espera: la capacidad de adaptación, la conciencia de uno mismo y el sentido que le damos a nuestra vida. Habilidades que normalmente no se imparten en las escuelas (ni en muchos hogares) pero que pueden ser la diferencia entre adultos frustrados o plenamente realizados.
La adaptabilidad es la capacidad de ajustarse a diversos entornos y condiciones. Ciudades, trabajos, tecnologías o instituciones, todo cambia cada vez más rápido. Ser flexibles sin perder la esencia y saber recuperarse de las adversidades les ayudará a ver las oportunidades de aprendizaje y los aspectos positivos en cada reto. La rigidez de carácter resulta muy poco útil en este mundo que vivimos. Imagínate cómo será en diez años.
Tener conciencia de los pensamientos es “darnos cuenta” de nuestros patrones mentales y asumir responsablemente nuestras conductas y acciones. Es el camino del autoconocimiento para entendernos, y desde allí, relacionarnos mejor con nosotros y el mundo. Es una habilidad que se refina con los años pero que nuestros niños pueden aprender con el ejemplo en casa. Sí, no creas que acá basta con dar un sermón: hay que ser coherentes y walk the talk.
El sentido de nuestras acciones está ligado al propósito de vida. Como apunta Michelle Horton, cada día hay más estudios que comprueban la relación entre una vida con sentido y una mejor salud física y mental, además de una sana autoestima y mayor resiliencia (la capacidad de sobreponerse a las adversidades). Esto es algo que puede resultar muy abstracto para un niño, pero nunca los subestimemos: ellos pueden entender perfectamente que si actuamos con bondad, compasión y conectados con algo más grande que el ser individual, nuestros días serán más felices y la satisfacción mayor. De nuevo, lo que vean en nosotros será su referencia inmediata, así que hazte a ti mismo la pregunta ¿tengo un propósito de vida y estoy actuando en esa dirección?
Hace un par de noches conducía el auto mientras mis hijas peleaban en el asiento trasero. La típica disputa de “yo dije, tú dijiste” y “no es justo, es tu culpa”. Por un instante tuve el impulso de resolver el asunto con un grito (la verdad llevaba los ánimos crispados) pero opté por respirar, tomar conciencia y adaptarme a la realidad del momento. Entonces conversamos, intentamos resolver el conflicto y llegamos al restaurante de buen humor.
Un grito les hubiese enseñado muy poco, además de restarle sentido a estas líneas que escribo. Sí, todos los padres lo sabemos, no es fácil. Pero nadie dijo que lo sería.