La oposición venezolana está llamada a ser más grande que ella misma, porque ese debe ser el tamaño de la Unidad que requiere Venezuela para salir avante de esta crisis que nos afecta a todos por igual. En medio del vendaval, la gente busca creer en algo y en alguien, porque eso forma parte de la naturaleza del ser humano: atinar salidas a sus tragedias, y por eso es vital el papel que cumpla el liderazgo de la oposición en esta coyuntura. De allí que si nos enfrascamos en la “batalla de las culpas”, nada ganaremos y todo lo perderemos, como se han dilapidado los petrodólares en esta administración. La ciudadanía está al tanto del derroche de dinero que ha prevalecido en la mal llamada revolución, al colmo de contabilizar lo equivalente a 20 planes Marshall. Este plan, a un costo de 13 mil millones de dólares, permitió la reconstrucción de la Europa devastada después de la Segunda Guerra Mundial. Es astronómica la suma dilapidada por el oficialismo, y por tal razón, luce muy lejos la validez de la excusa que esgrimen los jefes del régimen para justificar semejante despelote financiero.
“A lo hecho pecho”, dice el refrán popular, y estando sentados en la mesa de diálogo, lo que cabe es batirse por la vía electoral encajada en la Constitución Nacional, y esa no es otra que el referéndum revocatorio por el que se lanzó a las calles la inmensa mayoría del país. Los dirigentes de la MUD que resolvieron asumir esa invitación de la Iglesia Católica, tienen esa oportunidad, la de fijar nítidamente el criterio de que prorrogar a Maduro en el poder, asemeja a la agonía del pueblo venezolano hundido cada vez más en la desolación que extiende la escasez de alimentos y de medicinas, y ametrallado por una implacable inseguridad. La verdad es que cambiar de gobierno no responde a un arrebato revanchista. Se trata de una necesidad para poder hacer viable los giros en el terreno económico, social e institucional.
Debe tenerse entonces muy bien definida la agenda que orienten esas conversaciones entre voceros del régimen y de la unidad nacional. La esencia es el revocatorio, o en su defecto, una elección general adelantada que debe facilitar el propio Nicolás Maduro, en el entendido, como se ha dicho antes, que la superación de este trauma pasa por el meridiano de darle a Venezuela un gobierno con credibilidad y fuerza moral, que sea capaz de convocar a todos los sectores de la vida nacional para emprender la reconstrucción del país. Esa tarea requiere de mucha participación ciudadana, con sus cuotas de más sacrificios, lo que no será nada fácil de lograr, si el llamado a nuevas y más abnegaciones proviene de gobernantes desgastados que han perdido la fe de los gobernados y no cuentan con aval ético. Desde luego, lo ideal sería abordar un nuevo año con esa ruta ya definida para que el país y sus habitantes respiren con sosiego, además de haber celebrado una Navidad sin un solo preso político.