En estos días partieron físicamente para siempre Fidel Castro en Cuba y en Venezuela, Luis Miquelena y “Concho” Quijada. Por supuesto que la opinión pública internacional y nacional se ha ocupado fundamentalmente del primero. Es lógico, aunque con mucha serenidad pronto dediquemos líneas a los otros.
Fidel Castro no fue un hombre neutro. No fue un corcho que flota en todas las aguas y para sobrevivir en condición protagónica evadiendo críticas y censuras. Con todo lo que se quiera decir sobre su infancia y temprana juventud, su vida pública estuvo caracterizada por definiciones claras, radicales e intransigentes. Pocas veces dejaron espacio para dudas o esperanzas de cambio en su acción política. Fue un comunista pleno, enemigo de los principios y valores fundamentales de la democracia como la libertad, el respeto a la dignidad de la persona humana y la propiedad privada, para sólo citar algunos ejemplos.
Cuando las circunstancias lo obligaban a hacer concesiones o dar un paso atrás, era con la esperanza de dar luego dos pasos al frente. No siempre lo logró. Tuvo enormes fracasos y ahora corresponderá a la historia sacar las conclusiones definitivas. Ya abundan análisis y estudios tanto biográficos como políticos contribuyendo al estudio del personaje.
Indiscutiblemente que se trató de un dictador feroz. Una de las últimas expresiones del socialismo totalitario y tiránico. Condenó al pueblo cubano a una enorme tragedia y no al “mar de la felicidad” del que hablaba su alabardero tropical, Hugo Chávez. Con paso lento, pero aparentemente seguro, el hermano y sucesor Raúl, avanza en la dirección adecuada para superar los males infinitos de la Isla. Tiene, al menos, la comprensión del mundo libre, de El Vaticano y la esperanza de los cubanos que han padecido la dictadura y también de los millones de exilados que hoy justificadamente celebran lo que puede ser el final de la etapa comunista ortodoxa en Cuba.
A Fidel lo conocí personalmente, hablamos varias horas en distintas oportunidades. Integrando delegaciones especiales e individualmente, cumpliendo misiones abiertas, discretas y secretas por cuenta de los para entonces presidentes Luis Herrera Campins y Jaime Lusinchi. Básicamente relacionadas con la situación de Centroamérica y en especial de Nicaragua, El Salvador y Guatemala. También al prolongar mi estadía en La Habana por cuenta de Rafael Caldera con motivo de una jornada de la Unión Interparlamentaria Mundial. Llegamos a discutir hasta de béisbol y sobre la formación jesuita de la cual ambos nos sentíamos orgullosos. Todas las discusiones fueron fuertes y serias. Las gestiones exitosas. De esto pueden dar fe, entre otros, los embajadores de aquellos tiempos César Rondón Lovera y Gonzalo García Bustillos, así como el entrañable amigo de todos Rafael Tudela.
Esperamos que en esta etapa, a pesar de la incertidumbre de hoy, Cuba avance con paso firme hacia la libertad y la democracia.