La libertad que nace del corazón es la más fuerte que existe. No conoce barrotes impuestos porque nadie la alcanza sino la misma persona, y a menos que entregue su entereza y abrace la prisión que le ofrecen, vivirá libremente aún en los momentos más aciagos. Esto es algo que conocen prisioneros de conciencia, rehenes políticos y ciudadanos sometidos a la represión. Cuando nace del corazón, la libertad es poderosa porque se alimenta de la más profunda convicción. Y allí el poder no gana, no doblega, no excluye.
Esa libertad tiene siempre la capacidad de elegir sus medios. Paz o violencia. La violencia trae sufrimiento para todos y sus frutos pierden razón y sentido. Pero desde la acción pacífica, firme y consciente, se multiplica la energía del cambio. Conectados en esa experiencia de libertad plena los ciudadanos transforman la historia para elevar los niveles de convivencia. Así nacen las revoluciones, una palabra que no es potestad de persona o partido alguno. Al igual que patria, amor o Derechos Humanos.
Darse cuenta de lo que sucede, ver la realidad tal cual es, sin filtros, es necesario para lograr esta poderosa libertad. Eso significa despojarse de los paradigmas, las ideas limitantes y los dogmas. Cuando el poder dice “así es como debes pensar” en realidad está diciendo “así es como quiero que pienses”. ¿Dónde está la libertad en un poder que entiende al ser humano como militante y a la sociedad como un espacio limitado a quienes comulgan con su ideología?
A partir de allí, observando las cosas con ecuanimidad, es posible tomar decisiones con mayor libertad. En lugar de interpretar los acontecimientos bajo el discurso oficial, se experimenta la vida a la luz de los hechos compartidos. Esas realidades que no distinguen afiliación política: las necesidades, los sufrimientos, las muertes. Ya no es asunto de cómo se desean ver las cosas, o cómo hacer para que concuerde aquello que se vive en carne propia con lo que dice la propaganda.
Desde la poderosa libertad todo se revela claramente.
También desde allí nace la compasión. La capacidad de sentir las emociones, el dolor de las otras personas, conectándose con su humanidad y desvaneciendo las diferencias. De esta forma ya no hay barreras sino puentes. Desde allí podemos ver nuestra verdadera esencia. Y sobre todo, podemos ver el presente que compartimos y el futuro que es posible construir en libertad.
En los momentos de mayor conflicto es común que nos dediquemos a defender nuestras posiciones en lugar de trabajar sobre nuestros intereses comunes. El juego del poder es convertir las posiciones en capital político. Polarizar es una estrategia de desmovilización. ¿Por qué? Porque en el centro está la fuente de la libertad y allí se encuentran las fuerzas que construyen basadas en lo que nos une. Sin insultos. Sin manipulaciones.
En estos tiempos cuando los extremos tienden trampas para atrapar tu libertad, no la entregues. No abraces los barrotes pensando que es lo único que hay o que son tu mejor alternativa. Aunque la presión a tu alrededor sea grande y los golpes fuertes.