A medical staff member speaks with a patient infected by the COVID-19 coronavirus at Red Cross Hospital in Wuhan in China's central Hubei province on March 10, 2020. - Chinese President Xi Jinping said on March 10 that Wuhan has turned the tide against the deadly coronavirus outbreak, as he paid his first visit to the city at the heart of the global epidemic. (Photo by STR / AFP) / China OUT (Photo by STR/AFP via Getty Images)

DRA. MARIBEL BAUTE DE SABATINO

MÉDICO INTERNISTA-GERIATRA Y DIRECTORA DE COMUNICACIÓN Y DIVULGACIÓN MUV, CAPÍTULO PUERTO CABELLO.

Hace poco tiempo recibimos la triste noticia que nuestra tía Lucía, la única en la familia sobreviviente de su generación, había fallecido en España y no por Covid-19 sino por insuficiencia cardíaca, tenía avanzada edad.

Al conversar con su hija, nuestra prima, nos comentaba que lo más triste y difícil de todo, además de la pérdida de su amada madre, fue dejarla en la puerta del hospital y no volverla a ver, sabiendo que ella estaba consciente de todo lo que sucedía; no poder acompañarla, tomarle su mano, sonreírle y agradecerle por todo lo que había dado a su familia.

El parte médico de todos los días, lo recibía a la misma hora: una puntual llamada telefónica le describía cómo su mamá se iba apagando, hasta que llegó la última llamada informándole de su fallecimiento.

No recibimos de nuestra prima, realmente, quejas acerca de la forma cómo el parte diario de la paciente le fuera transmitido, en cierto sentido aceptaba con resignación el tiempo que le tocó vivir con la muerte de su madre.

Lo mismo estaba ocurriendo en este lado del mundo con la madre, también de avanzada edad, de una amiga. Presentaba disnea súbita una mañana y llamada la ambulancia, el personal paramédico decidió trasladarla al hospital; lo primero que debió hacer su hija fue retirarse a casa, pues no le permitían su presencia en el hospital ya que por presentar la paciente dificultad para respirar, los médicos debían descartar el diagnóstico de Covid-19.

La paciente era portadora de un trastorno neurocognitivo mayor (demencia), con predominio de trastornos de conducta y comportamiento, motivos por los cuales su hija se entristecía aún más, dadas las condiciones de indefensión que presentaba su mamá.

Lo cierto es que la hija no tuvo noticias por más de 24 horas, aumentando su angustia y preocupación, hasta que recibió una llamada de una recepcionista que aunque amable, no tenía las respuestas a sus preguntas limitándose a decir: “… me mandaron a avisarle que su mamá está muy mal y es posible que la vayan a intubar”.

La atribulada hija pudo a través de una amiga pediatra que laboraba en ese hospital, obtener unos mensajes de texto del enfermero que tenía a su cargo a la paciente, donde le decía de su inquietud y baja saturación de oxígeno, lo triste es que a las 48 horas la hija no tenía un diagnóstico definitivo, tan solo le habían comunicado que la prueba de Covid fue negativa, ninguna información que le permitiese prepararse para lo peor.

En la madrugada del tercer día de hospitalización recibió la tan temida llamada, informándole que su mamá había fallecido por insuficiencia cardíaca. Son dos casos similares, de dos adultas mayores, que enfermaron gravemente en pandemia por diagnósticos diferentes al Covid-19, requiriendo de hospitalización por sus 2 delicados estados, separadas de sus familias debido a la necesidad de mantener distancia física y cumplir con los protocolos impuestos por la pandemia.

Pacientes que inevitablemente fallecen sin despedirse de sus seres queridos, quienes desde el otro lado de una línea telefónica, de un mensaje de texto o una mano amiga seguían en lo posible el curso de la enfermedad, a veces del propio médico, de una enfermera, del amigo de un amigo e, incluso, de una secretaria.

En todo caso, información a cuenta gotas, vaga, incompleta y transmitida algunas veces por personal no médico incapaz de manejar una situación tan dolorosa. No pretendemos hacer un juicio de valor del personal de salud que atendió a ambas pacientes, sabemos que esta pandemia nos ha tomado a todos por sorpresa, los mismos médicos y el personal de salud deben estar padeciendo el dilema acerca de si se está haciendo lo correcto o no.

Podríamos preguntarnos, sin embargo, si transcurrido casi un año desde que estallara la pandemia, el personal en los hospitales públicos y privados – y desde luego sus administradores- que atienden a pacientes que no son portadores de Covid-19 e incluso aquellos que enfrentan el terrible virus, están tomando las medidas necesarias para garantizarle a estos pacientes y sus familiares, un ambiente donde prive la humanización de la atención médica.

Nos referimos a la creación de mecanismos de comunicación apropiados, gentiles, humanos que aseguren la información diaria, pertinente, considerada, con conocimiento del paciente y de su condición médica para poder responder las preguntas que inevitablemente harán los familiares.

No escapa a nuestra atención que el personal médico en muchas partes ha sido rebasado por el número de pacientes que llegan a los centros asistenciales, pero esto puede ser solventado incorporando a personal de salud voluntario, jubilados, psicólogos, incluso médicos extranjeros que residan en esos lugares, que deseen colaborar con esta buena causa, sirviendo de enlace entre los familiares de los enfermos más graves y los médicos tratantes de éstos.

No nos parece justo, sobre todo en el segundo de los casos narrados, la herida que quedará en lo más profundo del ser de nuestra amiga, el cual difícilmente superará. Permítasenos, entonces, preguntarnos ¿se hubiese suavizado un poco este dolor si el personal de salud del otro lado de la línea telefónica, hubiese actuado con respeto ante el dolor ajeno y lo hubiese humanizado un poco más?

Después de todo, al margen de las víctimas de Covid-19, hay quienes sufren de cáncer, aquellos que desarrollan enfermedades mentales o los que enfrentan problemas de salud debido a la recesión económica y, por otra parte, sus familiares, esos que también sufren los graves traumas psicológicos que suponen dejar a su ser querido enfermo en un hospital, sin ni siquiera tener noticias confiables de aquél o volver a verlo con vida, para simplemente recibir una llamada telefónica diciéndole: “su familiar acaba de morir”. Sería mucho pedir, si esta noticia pudiera darse de una forma más humana… ¿Qué tal si nos ponemos en el lugar del otro?