Por: El País
El PSOE cae tres escaños, PP y Vox suben, Podemos se debilita y Ciudadanos se hunde.
La repetición electoral estaba pensada para desbloquear la política española, pero solo sirvió para atascarla aún más. Las cuartas elecciones en cuatro años fueron un fiasco sobre todo para la izquierda, que podía haberlas evitado, porque lejos de reforzar la mayoría que ha gobernado desde la moción de censura de 2018, impulsó al PP —que pasa de 66 escaños a 88— y permitió la explosión de la extrema derecha: Vox pasa de 24 a 52. El PSOE, que confiaba en mejorar con claridad su resultado para reforzar sus opciones de Gobierno, perdió tres escaños, aunque evitó el hundimiento que pronosticaban algunas encuestas. Pedro Sánchez ganó de nuevo las elecciones, pero tendrá más difícil formar Gobierno que en abril.
El recuento ofrece un panorama muy complicado para el Ejecutivo socialista. El PSOE pierde tres y aún más baja su principal aliado hasta ahora, Unidas Podemos, que se dejaba 7, al pasar de 42 escaños a 35, una caída que no se compensa con los tres de Más País. El hundimiento de Ciudadanos, que pasa de 57 a 10 escaños, y el ascenso del PP y de Vox consolidan en el Congreso las posiciones más a la derecha mientras el centro se vuelve irrelevante.
Sin embargo, el resultado tampoco ofrece una mayoría alternativa del bloque de la derecha con Vox, como la que gobierna en Andalucía o Madrid. La repetición fue así un fiasco completo no solo para el PSOE sino para la propia gobernabilidad, aunque permite que el centroizquierda siga sumando más escaños que el centroderecha con Vox, un dato político importante. El bloque de centroizquierda sacaba 17 escaños al de centroderecha con Vox en abril. Ahora se quedan en 160-150 a favor del centroizquierda, con lo que perdió 7 de ventaja, pero conservó la primacía.
El dato más claro de la noche es el formidable refuerzo de la extrema derecha. Vox se coloca en 52 escaños, más del doble que en abril. Eso hace aún más difícil para el PP, competidor natural de Vox, abstenerse en la investidura para que Sánchez pueda gobernar. De hecho, el PP ya empezaba a plantear anoche la dimisión del presidente. «Sánchez ha perdido su referéndum, es el gran derrotado del día de hoy», clamó Pablo Casado.
El Gobierno era complicado en abril, y ahora es un jeroglífico inescrutable. Pablo Iglesias pidió inmediatamente retomar la coalición de izquierdas «como única manera de frenar a la extrema derecha», pero esa opción está ahora un poco más lejos de la mayoría y depende al menos de la abstención de ERC. Ciudadanos, pese a su debacle, que forzó que Albert Rivera anunciara la convocatoria de un congreso extraordinario en el que todo indica que dejaría el liderazgo, puede tener la llave. Si el PP decide abstenerse, es posible que sea necesario el voto afirmativo de los 10 escaños del grupo de Rivera.
En votos se ve con más claridad el fiasco de la izquierda y la subida de la derecha y la extrema derecha. La bajada de participación se ha cebado con el PSOE y Unidas Podemos. El primero ha perdido 728.000 votos, y el segundo 636.000. Entre los dos se dejan casi un millón y medio, que no se compensan con los 554.000 de Más País. En el otro lado, el PP ganó 662.000 votos y Vox pegó un salto enorme de 962.000 apoyos. La debacle absoluta es la de Ciudadanos, que se deja 2,5 millones en el camino.
Hace solo un año, España era el único gran país de Europa sin un partido xenófobo en el Congreso. En abril, la movilización de la izquierda consiguió limitar su irrupción a los 24 escaños que tenía hasta anoche. La repetición provocada por el fracaso de las negociaciones en la izquierda ha dado a la formación de Santiago Abascal una segunda oportunidad que le permite colocarse como tercer partido, aupado por la reacción españolista a la crisis catalana. «Hace solo 11 meses no teníamos representación en ninguna institución, hoy somos la tercera fuerza. ¡Viva España!», clamaba eufórico Santiago Abascal.
Sin embargo ese éxito de Vox ocultaba a uno de los grandes vencedores, Pablo Casado, que se coloca con más fuerza como líder de la oposición, tiene un escenario ideal para debilitar a Sánchez y si consigue controlar a Vox puede plantearse intentar ganar al PSOE en las próximas elecciones, sean cuando sean.
El centroizquierda no ha mejorado ninguna de sus posiciones. En abril, el PSOE tenía dos opciones claras para lograr la investidura, una con Unidas Podemos, el PNV y la abstención de ERC, y otra con Ciudadanos. Tras las cuartas elecciones en cuatro años, Sánchez pierde la opción de sumar con Ciudadanos y ahora tendría mucho más difícil la de la izquierda, porque dependería con mucha más fuerza que antes de los independentistas de ERC después de una campaña que ha roto muchos puentes con ellos. Otra opción sería una difícil unión de todos los votos de la izquierda con la abstención de Ciudadanos. Sánchez pidió «generosidad» para buscar el desbloqueo. «Nuestro objetivo es formar un Gobierno estable. Hemos ganado las elecciones. Esta vez sí o sí vamos a conseguir un Gobierno progresista», clamó el presidente mientras en la calle, donde hace seis meses le gritaban «con Rivera no», ahora le decían «con Casado no, con Iglesias sí», y «hemos ganado, dejadnos gobernar».
El fantasma de la noche del 24 de julio tardará mucho tiempo en desaparecer de la cabeza de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. Ese día, el PSOE rompió las negociaciones para la primera coalición de la izquierda desde la Segunda República después de que Unidas Podemos rechazara una última oferta de una vicepresidencia y tres ministerios. Esas conversaciones nunca se volvieron a retomar en serio.
En ese momento, el PSOE tenía encuestas que le auguraban que si se repetían las elecciones llegaría cómodamente a los 140 escaños y podría cumplir su objetivo principal, esto es, gobernar en solitario con apoyos a la izquierda para leyes sociales y a la derecha para decisiones económicas difíciles o para enfrentarse a la crisis catalana.
Tras el rechazo de Iglesias de la última oferta, los dirigentes socialistas que habían apostado por un acuerdo —y que habían empujado a Pedro Sánchez a negociar una coalición que él nunca vio clara— perdieron la batalla interna. Ya no hubo siquiera intentos reales para convencerle, al contrario que en julio, cuando algunos, los más cercanos, se animaron a pedirle que al menos intentara la negociación, sobre todo después del paso atrás de Iglesias.
Desde la noche del 24 de julio Sánchez estaba decidido. Si Unidas Podemos no aceptaba a última hora un acuerdo programático con el Gobierno del PSOE en solitario, habría elecciones. Y en el otro lado, el de Iglesias, se tomó una decisión paralela que acabaría llevando a la repetición de elecciones: si Sánchez no negociaba una coalición, su voto de abstención no iba a cambiar.
En el equipo del presidente buscaron estrategias para explotar la división interna en Unidas Podemos y debilitar el liderazgo de Iglesias; había gente en este grupo, sobre todo en IU y en Catalunya en Comú-Podem, que apostaban por evitar las elecciones. Pero Iglesias también se movió y logró rearmarse internamente y alcanzar un pacto: si el PSOE volvía a la negociación de la coalición, esta vez habría mucha más flexibilidad y en el equipo negociador estarían los representantes de IU, los comunes y Equo. Iglesias aún confiaba en agosto en que Sánchez negociara a la baja antes de irse a elecciones. Pero el líder del PSOE ya tenía tomada la decisión con su equipo de mayor confianza: no había ya nadie que pudiera convencerle de que era un riesgo demasiado alto.
En La Moncloa solo le veían ventajas a la convocatoria electoral. El PSOE saldría muy reforzado, Unidas Podemos bajaría y ya no podría reclamar la coalición, y se consolidaría un cierto regreso del bipartidismo con el PP —pensaban entonces—, con Ciudadanos en plena caída.
En La Moncloa pensaron además que la fecha elegida para las elecciones, el 10 de noviembre, era ideal, porque la crisis catalana podría hacer que los votantes de centro apostaran por el PSOE en tiempos de incertidumbre. Creían que sucedería como en 2016, cuando Mariano Rajoy, contra pronóstico, pasó de 123 escaños —exactamente los mismos que tenía Sánchez en abril— a 137 con la repetición electoral.
Sánchez se negó a abstenerse para permitir el Gobierno de Rajoy, y fue destituido del PSOE por esa decisión. En La Moncloa pensaban que esta vez sería similar, pero al revés. Si sacaba esos 145 con los que en algún momento del verano llegaron a fantasear, Sánchez sería el presidente indiscutible y el PP y Ciudadanos tendrían que abstenerse para dejar paso al vencedor, como hizo el PSOE —no el presidente— en 2016. Pero todas las previsiones fracasaron. Sánchez tiene ahora muchas menos opciones para gobernar y queda muy debilitado por un fiasco notable. Pero sigue siendo el único que puede hacerlo. El bloqueo sigue pero ahora, como en 2016, hay una sola ventaja: es mucho más difícil forzar unas terceras elecciones que unas segundas. Pero nada es imposible en la nueva política española.