San Vicente, 4 de abril de 2022 – Con una bolsa llena de esperanzas y sueños, Iriana Ureña, madre venezolana de 32 años, llegó con sus dos hijos a una Estación de Recepción de Migrantes (ERM) en San Vicente, ubicada al borde del Tapón del Darién. La mirada en sus ojos era testimonio del sufrimiento de una madre que haría cualquier cosa con tal de proteger a sus hijos.
Iriana, su esposo Eduardo y sus dos hijos decidieron emprender el viaje hacia el norte desde Venezuela a través de la selva, a la búsqueda de mejores oportunidades. La decisión de irse del país, de dejar su hogar, su familia, sus amigos, y una vida de trabajo para volver a empezar desde cero fue difícil pero necesaria, para ellos y para muchos otros migrantes. Estaban hambrientos, deshidratados y cansados cuando llegaron a la estación.
“El camino no fue para nada fácil. Sentí que nuestras vidas realmente estaban en peligro. Fue un gran desafío porque vimos cosas muy feas a lo largo de la ruta, cosas que nunca imaginé llegar a ver en mi vida”, dijo Iriana.
De acuerdo con las Estadísticas de los Servicios Migratorios de Panamá, casi 134.000 personas, el 80% de las cuales son de Haití, han arriesgado sus vidas a través de la densa jungla en 2021. Es una cifra record de personas que cruzan el rectángulo de selva sin sendas, con una superficie aproximada de 25.900 kilómetros cuadrados, con montañas escarpadas, ríos muy turbulentos, pantanos y ofidios peligrosos y que se extiende a ambos lados de la frontera entre Colombia y Panamá.
Actualmente el viaje a través del tapón se ha hecho aún más peligroso por la presencia de grupos criminales y traficantes que controlan la región, a menudo extorsionando y a veces atacando sexualmente a los migrantes.
Sin embargo, las dinámicas están cambiando y los sonidos de la selva ya no son exclusivamente “Creole”. Los haitianos, que con anterioridad solían cruzar este peligroso camino en masa, ya no representan la gran mayoría. Siguen intentando ir desde Colombia a los Estados Unidos, pero el español y la resonante palabra “pana” de los migrantes venezolanos son los sonidos que más se escuchan en el mencionado camino.
Las cifras de venezolanos que han cruzado el Tapón del Darién en los primeros dos meses de 2022 (cerca de 2.497) casi alcanzan el total final del 2021 (2.819), convirtiéndose en el principal grupo que ha cruzado el corazón de la selva tropical. Pero en esta lista también cabe agregar a cubanos, haitianos, senegaleses, y nacionales de Uzbekistán, entre otros.
Aumentando la escala de la asistencia
Cuando salen del tapón, la mayor parte de los migrantes pasan a través de las comunidades de Bajo Chiquito o Canaan Membrillo antes de abrirse camino de a pie o en botes comunitarios a lo largo de las turbias aguas del Río Chucunaque. La probabilidad de sufrir violencia física y psicológica es muy alta a lo largo de todo el viaje.
La Organización Internacional para las Migraciones (OIM) trabaja con el gobierno en coordinación con otros organismos para brindar asistencia a las personas en tránsito y a las comunidades de acogida.
«Ofrecer respuesta a las necesidades de los migrantes que transitan de manera irregular a través de Panamá plantea desafíos significativos, sobre todo en relación a contar con fondos para poder hacerlo”, dice Santiago Paz, Jefe de la OIM en Panamá y a cargo del Centro Administrativo Global de Panamá (PAC). “En este sentido, hay una necesidad urgente de redoblar los mecanismos de coordinación entre los gobiernos y la cooperación internacional para poder responder a las necesidades humanitarias de la población en tránsito”.
En años recientes el Gobierno de Panamá ha implementado infraestructura para albergar temporalmente a la población en tránsito y poder atender las necesidades humanitarias de esta población migrante cada vez mayor. Con apoyo técnico de la OIM y de otras organizaciones internacionales, Panamá ha instalado tres ERM en donde los migrantes pueden alojarse y acceder a alimentos, y en donde también se monitorean potenciales casos de COVID-19.
Entre los migrantes que acaban de llegar se encuentra Johainy, madre venezolana de un bebé de un año.
“Enfrentamos muchas dificultades, nos robaron, y vimos personas muertas en el camino. Si bien nos preparamos lo mejor que pudimos mirando muchos videos sobre la ruta, realmente no había nada que pudiera prepararnos para lo que experimentamos en la selva”.
Mariel Rodríguez, Promotora Cultural de la OIM Panamá con base en Darién, trabaja con los migrantes. Camina por el centro a fin de brindar orientación e información a los migrantes. “Los migrantes que asistimos en el ERM se encuentran en una situación de vulnerabilidad extrema y tienen necesidades muy variadas, desde saber a qué país están llegando, acceder a asistencia médica, ropa o productos básicos para la higiene. El equipo de la OIM responde a estas necesidades y coordina con otros organismos e instituciones del gobierno a fin de garantizar el acceso a los servicios disponibles”.
La ciudad de Meteti tiene una población cercana a los 7.000 habitantes, la cual en épocas recientes ha aumentado por la llegada de migrantes, sobre todo venezolanos como Iriana, como así también cubanos, sudamericanos, africanos, surasiáticos y otros, los cuales desean en su totalidad poder llegar a los Estados Unidos o Canadá.
La OIM ha equilibrado las necesidades tanto de los migrantes como de las comunidades de acogida en la frontera entre Panamá y Colombia a través de apoyo financiero y en materia de políticas. Esto ha logrado reducir la vulnerabilidad de los migrantes y asistir a quienes los reciben.
Ir más allá del tapón a la búsqueda de una vida mejor
Para miles de migrantes en todo el mundo la selva peligrosa y sin senderos se convierte en un camino de desesperada esperanza rumbo al norte a la búsqueda de una vida mejor. Una babel de lenguas se mezcla en la vasta jungla, desde donde algunos logran salir ilesos si bien el saldo de muertes sigue siendo poco claro. Vienen de Haití, de Venezuela, Cuba, pero también de muchos países de África y Asia. Muchos incluso han también pasado por países de Suramérica tras haber trabajado allí por meses o incluso años.
Los migrantes siguen llegando a través del Tapón del Darién, muchos con historias o signos de trauma, como Shahzad de Pakistán (“Encontramos cadáveres y calaveras a lo largo del camino”) o Esther, quien llegó extenuada, con los pies llenos de ampollas y que tuvo que ser ayudada por otras personas para poder desplazarse.
Otros llegaron con historias de esperanza. “La travesía fue extremadamente difícil. Comencé a tener contracciones y di a luz a mi bebé Hamdi en medio de la selva y el único que pudo ayudarme fue mi esposo. Durante días no tuve más opción que la de beber agua del río. Sin embargo, el recién llegado le dio a toda la familia una luz de esperanza que yo no esperaba”, dijo Bijou Ziena Kalunga, de 33 años, de la República Democrática del Congo.
O lágrimas de esperanza mientras las familias se reunían tras varios días de haber estado separadas en la selva, como los venezolanos William, Jorgeis y un bebé de seis meses. “Yo estaba realmente triste pero aún así seguí orando para que mi marido lograra llegar. No puedo realmente relatar lo feliz que me siento de tenerlo nuevamente a mi lado”, señaló Jorgeis.
En la estación de recepción los migrantes se agolpan en torno a los enchufes eléctricos disponibles, cargando sus teléfonos mientras les escriben por WhatsApp a sus seres queridos en sus lugares de origen. Hablan acercan de la peligrosa travesía a través de la selva y de sus planes y esperanzas para el futuro.
Serigne Nor Sarr, de 33, tiene ambiciones modestas. “Mi esperanza para el futuro es poder trabajar, formar una familia y llevar una vida sencilla”, dice, de pie enfrente de su albergue temporal. El joven hombre senegalés ya ha pasado más de cuatro años en Brasil en donde trabajó para poder reunir el dinero suficiente para el viaje. “Acá nos trataron bien”, relató, “pero siempre tuve la idea de irme algún día para mi destino soñado que son los Estados Unidos”.
Es un sueño que comparten miles de personas que llegan a Meteti – un lugar en donde algunas de las historias más duras del mundo se reúnen con algunos de los corazones más amables que hay sobre la tierra. “Correr el riesgo vale la pena, si implica que voy a poder llegar a los Estados Unidos y comenzar una nueva vida junto a mi familia”, susurra Iriana con una mirada llena de esperanza.
*El ERM de San Vicente fue construido por el Gobierno de Panamá con apoyo de la cooperación internacional, organizaciones intergubernamentales, sociedad civil, y el sector privado. San Vicente brinda condiciones dignas en las cuales la separación física y otras medidas de bioseguridad se pueden mantener a fin de mitigar la propagación de la COVID-19.
Esta historia fue escrita por Gema Cortes, Unidad de Prensa de la OIM, Oficina del Enviado Especial para la Respuesta Regional a la Situación en Venezuela.