«Vamos, no paren, todos juntos, no paren … Vamos, avancen, caminemos, no paren». Mantengo esas escenas intactas en mi memoria, conservo el sonido de esas voces, jóvenes en su mayoría, en la primera línea de la marcha del 13 de abril, la primera de muchas que se han venido produciendo en esta nueva etapa de confrontación con la tiranía que se adueñó de Venezuela. Son héroes anónimos, un ejército sin armas, una esperanza de futuro… hoy en CONVERSACIONES.
Las acciones lideradas por los muchachos, la valentía sostenida en no retroceder ante la arremetida inclemente de los cuerpos de «seguridad» del Estado, se repiten una y otra vez en cada marcha. No los conozco ni podría reconocerlos, sus rostros están tapados por máscaras y pañuelos impregnados de alguna sustancia para protegerse de los gases esparcidos, producto de las bombas lacrimógenas lanzadas desde el otro lado, por los funcionarios policiales del régimen. Las calles de Caracas, capital de Venezuela, y del resto del país, se han convertido en ríos de gente, que alzan sus banderas gritando libertad.
En cualquier esquina de esta cuidad convertida en campo de batalla, en las calles que se repiten porque lo que distinguimos son miles de personas, me acerco a un grupo de jóvenes quienes en medio de la guerra, hacen un alto para responder a mi pregunta ¿por qué salen a marchar?
Por quienes ya no pueden, por los que ya no están. Por Bassil y por Robert Redman, por los compañeros detenidos, dice Manuel.
Mayin tiene 20 años, es del grupo, no quiere venganza, pero sí justicia: Mi hermano y mi primo estuvieron presos en 2014 les hicieron de todo. Los molieron a palos, les ponían bolsas en la cabeza para asfixiarlos, los mojaban en la madrugada con orine y los dejaban así, empapados y hediondos en el piso. Ellos ya no hablan de eso, pero veo la tristeza en sus ojos… Ya no marchan, si los agarran los dejan podrirse en la cárcel si es que no los matan antes. Yo salgo por ellos.
¿Tu mamá que te dice?
Llora y me echa la bendición, pero no dice nada… es que sabe que yo voy pa’lante. Se lo debo a mi hermano. Paolo de 28 años la abraza: tranquila chama ¡de esto salimos porque salimos!
¿Paolo y tu por qué te arriesgas así?
Por todo, yo soy estudiante, bueno… era, y estoy en esto no por la oposición ni por partidos, ni porque nadie me diga nada. Yo salgo porque no he podido terminar de estudiar.
¿Qué estudiabas?
Informática, pero no lo puedo pagar, me quedé sin trabajo porque la empresa en que trabajaba la cerraron y los dueños se fueron. Mato tigres por ahí, pero apenas si alcanza para comer algo, no siempre. Mi mamá y mi abuelo no pueden pagarme los estudios, mas bien yo los ayudo, a veces.
¿Pero veo que fumas?
Pa’ matar el hambre…tengo dos días sin comer y esto (mostrando el cigarrillo) me la calma… Nos interrumpe una muchedumbre que viene corriendo y gritando: ¡mosca…ahí vienen los esbirros! Paolo me jala y ordena: tranquila doña, no corra, tranquila yo la cuido! Hambre es lo que hay aquí, me comenta. Mire mi abuelo, que tiene 73 años, me deja en las noches algún cambur (banana) o un pedazo de lechosa, me dice mientras apuramos el paso. Es que ya ni arepa se puede comer. Cuando aparece la harina no alcanzan los reales. Lo aprieto duro…y sigo, mientras veo como él se reencuentra con su grupo y avanzan.
Cruzo una esquina hacia la parte de arriba de cualquier calle, observo que vienen numerosas personas y me les pego. Vamos sin rumbo fijo, pero juntos… Una ve hacia arriba buscando el nombre de la calle o divisando edificios para ubicarse. Un vendedor ambulante grita: ¡agua, agua, agua fría! Me paro y compro una botellita al tiempo que aprovecho para conversar con unas señoras que hacen lo mismo que yo.
Amiga ¿por qué vino hoy a marchar?
Por la esperanza que tengo que toda esta tragedia que vivimos se acabe. Porque quiero que Maduro se vaya ya, él y toda esa gente que nos amenaza. Por mis hijos, por todos los hijos de este país, por un futuro sin violencia para ellos. Para que no tengan que irse de aquí.
¿Y sus hijos están aquí?
Dos de los tres. Están más adelante. Yo estoy esperando a mi esposo que ya me llamó y quedamos en encontrarnos frente a esta tienda. Nosotros vamos más lento, no estamos en la primera línea, pero acompañamos a este gentío. ¡Es que hay que salir! para que el gobierno vea que somos mayoría y que la mayoría ya no los quiere.
¿Usted por qué no los quiere?
Porque acabaron con todo. No hay comida, ni medicinas. Yo sufro de la tiroides y no encuentro la medicina. Me quedan 4 pastillas y porque una comadre me las mandó de Colombia. Aquí no hay nada, ni aspirina. Yo le pido a Dios todos los días que no me de ni gripe, porque me la tendré que curar con agua. Mire, yo soy pensionada y mi esposo también. Gracias a Dios que tenemos una vivienda pagada y que mi hija mayor nos ayuda, porque la pensión no alcanza ni para comer. Mi esposo vendía repuestos de lavadoras y secadoras, pero ya no los puede traer… Esto se tiene que acabar o ellos acaban con nosotros. Nos están matando de hambre y de necesidad!
En otra concentración (ya ni recuerdo cuál) nos dirigimos a la autopista que cruza a la ciudad capital de este a oeste. Vemos como en minutos el espacio se va haciendo pequeño, son miles de personas las que se van acercando hacia la Plaza Venezuela, llenando los espacios. Claramente se distingue a dirigentes y militantes de partidos políticos. Llevan sus banderas, el grupo avanza compacto. La gente grita ¡y va caer, y va caer, este gobierno va caer! Otros entonan frases subidas de tono… Pero siempre terminan con ¡Tenemos hambre Maduro, vete ya!
Hambre, amigo lector, es el gran convocante. Hambre de comida, de medicinas y de libertad.
La rutina siempre igual, todos los días caminar y caminar. En cada concentración busco caras conocidas y la verdad que todos nos reconocemos… andamos en lo mismo. Una joven mamá me dijo: tengo dos hijos, los dejé con una tía porque tenía que venir para que ellos, que solo tienen 9 y 12 años, no tengan que hacer esto dentro de 10 años. O salimos ahora de estos «perros» o nos morimos todos de hambre. No sé su nombre, ni ella el mío, pero nos abrazamos para darnos fuerza y caminamos un largo trecho.
Las noches en este país siempre iguales. Pegados a los teléfonos, celulares, iPhone, computadoras, etc. Llamadas que van y vienen, whatsapp cargados de vídeos espeluznantes, dramáticos. Fotos de muertos y heridos, noticias de decenas de encarcelados cuyo único delito es querer comer y vivir sin miedo. Los periodistas tratando de confirmar nombres de heridos y desaparecidos.
Van casi 30 asesinados dicen las estadísticas, pero cada uno de ellos tiene nombre y apellido, familias y amigos que les lloran. No importa en quien creían o donde militaban… Son venezolanos que ya no están. Por ellos, por nosotros y por los que vendrán… los venezolanos seguiremos en las calles hasta que:¡Maduro vete ya!
@NituPerez