Por: Laureano Marquez
Es una expresión latina, tomada a su vez del griego que suele traducirse como “divide y vencerás”. Fue la estrategia usada por el imperio romano para controlar el mundo conocido, al punto de que llegaron a llamar al Mar Mediterráneo “Mare Nostrum”, o sea, “ese charquito que tenemos en el medio del imperio”, como quien dice.
Como técnica política de dominación de un territorio, consiste en generar toda la división posible -creando o alimentando disputas -entre facciones de una nación que unidas podrían evitar el sometimiento y derrotarte, con la finalidad -naturalmente- de que no lo consigan. De lo que se trata es de convertir en debilidad la fortaleza numérica del adversario, lo que permite que unos pocos puedan durante mucho tiempo ejercer dominio absoluto sobre grandes mayorías.
Es la estrategia que el gobierno ha usado con bastante éxito en contra de la oposición
venezolana, algunos de cuyos factores anhelan mucho más exterminarse entre sí, de lo que desean hacerlo con el régimen. No cabe duda que esto obedece a un plan finamente estudiado desde un gobierno cuyas habilidades para mantenerse en el poder son inversamente
proporcionales a su capacidad para administrar honesta y eficientemente al país.
En los últimos tiempos este “divide et impera” se ha concentrado en el tema electoral. Es obvio que el régimen está en conocimiento de que no sobreviviría a ninguna consulta electoral de ningún tipo en Venezuela, por tanto es menester dividir a esa mayoría opositora en este punto de modo que nunca pueda alcanzar una victoria. El argumento de los partidarios de participar en las elecciones es que abstenerse es la única garantía de una derrota segura.
Los que están en contra de acudir a las elecciones, sostienen que se perderá en cualquier
escenario. Esto hace que consideren a los que participan de colaboracionistas, en el mejor de los casos o -más comúnmente- de viles traidores vendidos por un puñado de dólares.
El debate entre estos dos grupos gira en torno a la respuesta a esta pregunta: ¿Por qué
el régimen imperante en Venezuela tendría que reconocer una derrota electoral que le dejaría expuesto a una persecución implacable por la justicia nacional e internacional. Qué razones, qué freno tendría para aceptar la voluntad popular?
Con el advenimiento del chavismo, el sistema electoral venezolano ha venido siendo
diseñado para el ventajismo y la trampa en beneficio del gobierno. Esto es un hecho inocultable. Ciertamente la mayoría de los venezolanos quiere cambios en democracia y por vía electoral, pero verdad es también que un sector muy importante de los opositores consideran que las actuales circunstancias no lo permiten, que votar y concurrir a las elecciones sería una legitimación al régimen político. Lo mismo piensan la mayoría de las naciones que han estado cercanas a la crisis política de Venezuela y que pretenden influir democráticamente en sus destino: desconocen la legitimidad de las próximas elecciones presidenciales.
Pero incluso situándonos en el escenario de que el gobierno reconociera una derrota: ¿por
qué habría el gobierno de entregar el poder? No será ciertamente por presión militar, puesto que el régimen tiene este origen. ¿Presión institucional con todas las instituciones bajo su control? Más aún, el adelanto de las elecciones presidenciales deja un margen de acción al gobierno entre su eventual derrota y su entrega efectiva del poder -como el sorpresivo conocimiento de que los gringos trampearon satelitalmente las elecciones-. Añádale a esto el control absoluto de la Asamblea Nacional Constituyente, es decir, del poder constituyente originario, que puede desconocer -incluso- los resultados electorales, ateniéndonos al principio jurídico de que “quien puede lo más, puede lo menos” y las elecciones son lo de menos.
Conclusión:
Al parecer el juego está trancado. Parece -curiosamente- que todo el mundo en la oposición tiene razón, porque en verdad, todo favorece al gobierno: la abstención le favorece, pero la participación también. La declaratoria de antejuicio le beneficia y la no declaratoria también. Los radicales dan oxígeno a este gobierno y los moderados también.
Y es que el gobierno hace honor a la frase de Nietzsche: todo lo que no le saque del poder le fortalece, porque nuestro gobierno está más allá de los límites de la ley, de la ética y de la humanidad. Solo hay una cosa a la que el gobierno teme como Superman a la kriptonita: a la férrea unidad opositora. Pero de momento, “divide et impera”.