Pedro Fernández, un venezolano entrado en sus 50 años, acaba de invertir 35 minutos en una tarea que desde hace varios años le tomaba horas e, incluso, un día entero: llenar el tanque de su automóvil en una gasolinera de Maracaibo, en el occidente de Venezuela, limítrofe con Colombia.
Este viernes, apenas hay dos docenas de autos y camionetas a las afueras de una estación de servicio del norte de su ciudad. Hace semanas, podían contarse centenares de vehículos en ese mismo sitio, con sus choferes pernoctando desde la noche anterior para garantizar su cupo según los terminales de sus placas.
La poca espera le es grata sorpresa. “Ha mejorado, gracias al Señor. Esperemos que siga mejorando. Antes, esto era una odisea para echar combustible”, dice Fernández a la Voz de América, mientras espera cruzado de brazos, pero con buenísimo humor, a que la máquina dispensadora termine de surtirle gasolina.
Ese sonido en seco, como de un gatillo metálico que se detiene de golpe, significa que el tanque del vehículo ya no aguanta una gota más de gasolina. En ciudades de Venezuela como Maracaibo, donde la falta de combustible es de vieja data, es una cadencia de satisfacción, de meta complicada, pero lograda.
Para ciudadanos como Fernández, dedicado a los oficios de publicidad, ese sonido es igual a “tranquilidad”. “Dedicas el tiempo (fuera de la cola) a lo que tienes que dedicarle”, como la familia y el trabajo, asegura, todavía animoso.
Maracaibo, apodada como “la ciudad petrolera” de Venezuela por ser la capital del estado con mayores reservas de crudo del país suramericano, Zulia, experimenta desde hace seis años una crítica escasez de combustible.
Era común ver hasta hace días sus calles y avenidas repletas de centenares de carros parqueados cerca de las gasolineras. Tanto así, que había residentes que decían con sorna que dejó de ser ciudad para convertirse en estacionamiento.
Las colas en las estaciones de servicio eran tan largas hasta hace dos semanas que gente como Jimmy Estabiquia, habitante de Maracaibo, prefería comprar la gasolina en el mercado negro a precios que duplicaban su tarifa oficial. Los locales llaman “bachaqueros” a esos revendedores y contrabandistas.
Ver una gasolinera medianamente desocupada llevó al hombre a sumarse a una brevísima fila de carros para repostar. “Por mi trabajo, tenía que comprar (de contrabando). Es primera vez que vengo después de que se normalizó la situación (de las largas colas). Esperemos que no cambie”, manifiesta.
Transporte solventado
Ciudadanos como Fernández y Estabiquia se preguntan qué cambió en la distribución del combustible en Maracaibo y San Francisco, en la zona metropolitana de la región occidental de Zulia, para acabar tan drásticamente en los últimos 10 días con las extensas colas en las gasolineras.
El mantenimiento y la reparación de la flota de camiones cisterna de la estatal Petróleos de Venezuela han sido “clave” para ello, precisaron a la VOA fuentes familiarizadas con la administración de las gasolineras locales.
El buen funcionamiento del transporte de gasolina hacia las estaciones de servicio ha permitido que, en promedio, llegue al menos un camión por día, cargado con 38.000 litros de combustible, a las gasolineras de la ciudad. Meses atrás, ocurría que los ‘cisterna’ despachaban apenas un tercio de esa cuota.
“A veces, recibimos hasta dos camiones cisterna por cada estación. Eso nos permite ‘echar’ 40 litros a entre 900 y 1.000 carros en cada gasolinera. Hay combustible, pero ahora también hay cómo transportarlo”, explica uno de los informantes, que prefirió el anonimato por no estar autorizado a declarar.
El gobierno del presidente Nicolás Maduro culpa de la falta de gasolina en algunas zonas del país a las sanciones económicas impuestas por Estados Unidos al sector petrolero venezolano durante los últimos tres años.
Sus voceros aseguran que el “bloqueo”, como le llaman, les impide tener recursos y productos necesarios para la refinación del crudo local.
Economistas especializados en la industria petrolera acotan que la falta de mantenimiento de las refinerías es anterior a las sanciones, si bien admiten que esos parques industriales operan hoy día a menos del 20% de su capacidad.
Los acuerdos entre Venezuela e Irán, un viejo adversario político de Estados Unidos, han permitido surtir entretanto el mercado interno de Venezuela de gasolina y diésel, aunque a duras penas en regiones como Zulia y Los Andes.
Este mes, se supo de un acuerdo binacional para que empleados de la estatal iraní Compañía Nacional de Refinación y Distribución de Petróleo realicen reparaciones y ampliaciones de una de sus principales refinerías, El Palito.
Se prevé, además, un acuerdo para trabajos similares de personal iraní en el Complejo Refinador de Paraguaná, que tiene una capacidad instalada de 955.000 barriles por día, pero que opera a menos de 17% en la actualidad.
Irán envió desde septiembre pasado productos condensados a Venezuela para ayudarle a mejorar la calidad de su crudo extrapesado de la Faja del Orinoco y, a su vez, facilitar la refinación de combustible para el mercado interno.
También, desde inicios de mayo, Irán comenzó a despachar directamente a las principales refinerías de Venezuela decenas de miles de barriles de su petróleo Iranian heavy, que es útil para aligerar la producción de gasolina y diésel.
Un mejor ‘tanqueo’
Juan Simancas, un venezolano que verifica cuidadosamente cuántos litros le dispensan en el tanque de su vehículo en una gasolinera de Maracaibo, precisa que nunca había tenido “tiempo” ni deseo de repostar tras horas de colas.
Este viernes, solo le tomó media hora. Otros usuarios detallaron que entraron y salieron de las estaciones de servicios, ya con el tanque lleno, en cinco minutos.
“Lo importante es que podemos ‘tanquear’. Está mucho mejor ahorita”, expresa a la VOA, antes de criticar la lentitud al momento de pagar por sus 40 litros, el máximo permitido en la mayoría, sino en la totalidad, de las gasolineras.
El punto electrónico de venta de esa gasolinera está averiado y sus encargados tardan en confirmar las transferencias bancarias de los clientes. Otro problema recurrente es la inexistencia de sencillo para dar vuelto en dólares a los usuarios -muchos se resisten a recibir bolívares si pagan en moneda estadounidense-.
Un informe de la empresa privada estadounidense para educación de manejo, Zutobi, indicó que la gasolina venezolana era la más barata del mundo: 11 centavos de dólar por galón, casi seis dólares menos que el promedio global.
Esa conclusión es relativa en un país cuyo combustible tiene dualidad de precios oficiales. Existe una gasolina subsidiada por el Estado venezolano, cuyo costo es de 0,11 bolívares por litro, es decir, ni un centavo de dólar; también hay otro producto que se vende a tarifa “dolarizada”: medio dólar por litro.
También ocurre que la mayoría de las gasolineras, custodiada por policías o militares, exige un número determinado de terminal de placa para brindar servicio. Este viernes, por ejemplo, es el turno solo de los números 5 y 6.
Jamar Cote, un veinteañero que se acerca por primera vez en meses a una estación de gasolina “dolarizada”, luce despreocupado por las diatribas sobre precios y placas. Lo importante es cuánto le tomó llegar al surtidor.
“Mi papá era quien ‘echaba’ gasolina. A él, le tomaba horas. A mí, menos de media hora”, indica, aguardando sereno a que el carro de adelante arranque para él poder avanzar hasta su meta del día: un tanque lleno en poco tiempo.