Hasta hace poco, Iván Duque era un habitante más de los suburbios residenciales de Washington, D.C. Vivía en un espacioso apartamento con su esposa, tenía un trabajo bien remunerado en un banco de desarrollo internacional y saciaba su apetito literario en la emblemática librería Kramerbooks.
Entonces, el poderoso expresidente colombiano Álvaro Uribe lo tomó bajo su ala. A partir de ese momento, se produjo uno de los ascensos políticos más vertiginosos de la historia del país. En un lapso de cuatro años, el ignoto tecnócrata pasó a ser un senador de gran popularidad y ahora el favorito para ganar la primera elección presidencial tras la firma de un histórico acuerdo de paz.
Pero una pregunta acosa a Duque de cara a la segunda vuelta del 17 de junio: ¿aplicará su propia política o será un títere de su mentor político, el venerado y a la vez detestado Uribe?
“Hay un inmenso temor”, dijo Iván Cepeda, un senador de izquierda que apoya al oponente de Duque, el exguerrillero y exalcalde de Bogotá Gustavo Petro. “El gobierno de Uribe violo mas derechos humanos que todos los otros gobiernos juntos” en la historia reciente de Colombia, dijo. “¿Hasta dónde Duque tendría la fuerza para distanciarse de las peores prácticas e ideas de Uribe?”
Las encuestas indican que Duque, de 41 años, le lleva a Petro entre seis y 20 puntos de ventaja. Quien resulte elegido presidirá Colombia en una coyuntura crítica: las primeras etapas de la aplicación de un acuerdo con rebeldes izquierdistas para poner fin al conflicto más antiguo en América Latina. La producción de coca y la violencia han aumentado vertiginosamente en las zonas evacuadas por los rebeldes, lo que tensa las relaciones tradicionalmente estrechas con Estados Unidos.
Petro ha prometido consolidar el acuerdo de paz, mientras que Duque promete cambios, tales como no permitir a los excomandantes ocupar los puestos políticos prometidos por el acuerdo hasta que confiesen sus crímenes y efectúen reparaciones a las víctimas. Sus detractores dicen que esas medidas podrían hacer peligrar la aplicación del acuerdo, de por sí endeble.
Abogado y padre de tres hijos, las críticas estridentes de Duque a los antiguos líderes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia recuerdan las consignas derechistas de Uribe, el principal opositor del acuerdo de paz, aunque últimamente el candidato ha modificado sus posiciones. Por ejemplo, ha abandonado el plan de anular la amnistía negociada para los excombatientes implicados en el narcotráfico. También ha expresado apoyo a los guerrilleros de base en transición a la vida civil y ha prometido no “hacer trizas el acuerdo”, como reclaman algunos intransigentes.
“Ha llegado el momento de exigir que se hagan todas las modificaciones necesarias para asegurar en nuestro país que la paz está cimentada sobre la justicia y no sobre la impunidad”, dijo recientemente ante una multitud entusiasta en la región cafetalera.
Desde que superó a Petro por 14 puntos en la primera ronda, la relación de Duque con Uribe ha sido objeto de una vigilancia más estrecha. Aunque Uribe ha recibido elogios por haber debilitado a los rebeldes durante su presidencia, los detractores dicen que logró sus victorias en el campo de batalla a expensas de graves abusos de los derechos humanos por los militares, incluso con la matanza de miles de civiles a los que luego se vestía con uniformes de los rebeldes para inflar las cifras de los guerrilleros abatidos.
Según amigos íntimos y asesores, Duque y Uribe trabaron amistad hacia el final de los 13 años de carrera del candidato en el Banco Interamericano de Desarrollo en Washington, donde ingresó como asesor de la oficina que representaba a tres países sudamericanos y terminó dirigiendo la división cultural del BID.
Al cabo de su período presidencial en 2010, Uribe fue profesor invitado en la Universidad de Georgetown y escogió a Duque como ayudante. Éste también ayudó a Uribe a encabezar una investigación de las Naciones Unidas sobre el ataque mortífero de Israel a una flota que llevaba ayuda humanitaria a Gaza y luego a escribir sus memorias.
Pero mientras millones veneraban a Uribe en Colombia, otros atacaban su trayectoria en derechos humanos. Un centenar de académicos escribieron al rector de Georgetown para que recapacitara sobre el nombramiento de Uribe. Cuando llegó al campus, lo recibió una manifestación estudiantil adversa.
En 2014, Uribe invitó a Duque a regresar al país y ser candidato en una lista escogida por él a dedo, cuya victoria estaba garantizada por el apoyo de sus partidarios. En el Senado, Duque ganó fama de intransigente en materia de seguridad y amigo del empresariado, pero su conducta de hombre trabajador y cordial le granjeó el respecto de sus adversarios ideológicos.
Gloria Ramírez, una estratega política que ha colaborado con ambos, rechazó la idea de que Duque sería un títere de Uribe. Observó que al principio muchos en el partido Centro Democrático lo rechazaron por no ser suficientemente “uribista”, debido a su antigua filiación con el presidente Juan Manuel Santos, quien se volvió contra Uribe poco después de ser elegido con su apoyo. Hace unos 20 años, Duque fue colaborador de Santos cuando éste era ministro de Hacienda.
Ahora, dijo Ramírez, Duque recibe las críticas opuestas de quienes no encuentran otra manera de derrotarlo. Dadas esas reacciones, Duque y Uribe han evitado aparecer juntos en la campaña, aunque este último ha presidido actos en todo el país a favor del primero.
“No va a meterse en nada que Iván no le pregunte”, dijo. Uribe será el líder del bloque de Centro Democrático, la principal fuerza política en el Senado.
Pero los detractores como Cepeda temen que el popularísimo Uribe utilizará su influencia sobre su discípulo estelar para vengarse de sus enemigos políticos y descarrilar las investigaciones contra él y su familia por sus presuntos lazos con paramilitares de ultraderecha.
En marzo, en un incidente de gran repercusión, Uribe atacó a un crítico prominente, el periodista de investigación Daniel Coronell, y advirtió que bajo un gobierno de Duque las licencias de transmisión se manejarían con transparencia, declaración considerada una amenaza velada de que un canal de TV del cual Coronell es uno de los propietarios podría ser sacado del aire. Duque dijo que respetaba la libertad de prensa, pero se abstuvo de criticar las declaraciones de Uribe.
Hijo de un ex gobernador y ministro de energía, Duque lleva las aspiraciones políticas en la sangre. Oscar Castaño, un amigo de la infancia, recuerda que el joven Duque se despertaba a las 5 de la mañana para leer la sección política del diario local. Memorizaba discursos de políticos destacados como el populista de mediados de siglo Jorge Eliécer Gaitán y debatía con legisladores de derecha e izquierda que pasaban por su casa.
Antes de cumplir los 10 años ya había declarado que sería presidente.
“Él ya viene preparando 30 años”, dijo Castaño.
Aunque la mayoría de sus posiciones se inclinan a la derecha, Castaño y otros dijeron que no se deja llevar por su ideología y es más centrista de lo que indican sus posiciones tradicionalistas sobre el aborto y el matrimonio gay. Ramírez dijo que en una visita a Washington hace 15 años, Duque la llevó a comprar libros y le obsequió el de un novato político que según él sería presidente de Estados Unidos: Barack Obama.
Ramírez lo describe como un lector voraz, capaz de leer cuatro o cinco libros en una semana, y dice que le encanta bailar, cantar y tocar la guitarra. Recuerda que en sus años de secundaria encabezaba una banda de heavy metal llamada “Pig Nose”. En esa época memorizaba letras de canciones como “Nothing Else Matters”, de Metallica. Actualmente, en sus actos políticos, opta por las canciones pop y los vallenatos colombianos tradicionales.
Los analistas dicen que la campaña polarizadora presenta a Duque como el conservador intransigente contra el extremista de izquierda Petro, pero que esto no toma en cuenta los numerosos matices grises de las verdaderas posiciones de ambos.