Nunca había sido más oportuna la expresión “pobre diablo”. Este pobre habitante del averno venía siendo amenazado con la muerte de una cosa que ni las prostitutas querían reconocer, a pesar de que todos en el planeta -menos Nicolás, Maradona y otros adefesios- le llamaban su hijo.
Al fin llegó el día. Una madrugada se apareció el papá de todos los que no tienen madre, mientras el pobre diablo dormitaba en un fogón privado, el cual se había acondicionado para que el otro malviviente, que había bajado hace algunos años, no se lo expropiara.
Todos estaban soplándose unos a otros por el calor infernal que los arropaba. Claro; el calor era infernal, porque es el infierno. Como decía, todos se soplaban unos a otros, cuando el expropiador oficial de todas las pailas empezó a gritar desaforado al ver quién salió del cesto de basura que bajaba tipo ascensor:
– ¡Llegó apá… llegó, papá meeesmooo! Todos salieron adivinando:
– ¿Quién será? ¿quién será? Porque el abuelo Miquelena llegó hace días y el tío Bernardo se apareció sin avisar…
Todos quedaron atónitos cuando lo vieron llegar… Al parecer nadie lo reconocía porque no venía de uniforme. El primero que se atrevió a pronunciar palabra fue el expropiador…
-Papá… ¡Vienes hecho polvo!
-Sí -contestó con su indiscutible acento cubano- me hice sancochar primero para ir acostumbrándome a la candela, pero esto es un calor del demonio.
-Sí- contestó el barinés- yo por eso ya no uso el uniforme. Por eso me ves en pelotas…
-No, coño asere… Vaya a ponerse algo. Una cosa es que esto sea el infierno y otra cosa es ver ese espectáculo tan deprimente… Usted es feo con bolas. Vaya a vestirse, caballero.
Ahí mismo, cual muchacho súper obediente al mandato del papá, tal cual lo hizo en vida, salió a ponerse un calzoncillo.
– Es que aquí hace más calor que en Barinas, se atrevió a decir bajito, para no contrariar a su papá.
A este par se fueron uniendo algunos no tan recién llegados. El otro barinés, hermano del primero, Aníbal, lo saluda con la mano en la frente cual saludo militar, tratando de sobrepasar a su hermano, quien en vida no lo dejó figurar como quería… De pronto se oyó el ruido de una moto: Era Lina que venía arrecha (qué raro) porque en el infierno no se consigue agua oxigenada para el pelo. Bueno; en realidad, no se consigue ningún tipo de agua, comentó. Saludó al Comandante, sin decirle lo que había notado: se había bronceado demasiado antes de llegar…
-¿Quién más anda por ahí? -comentó el cubano-
-El que anda por ahí es el fastidioso de Tascón, pasando lista a cada rato. Como si pudiéramos faltar algún día a la paila -dijo Escarrá a quien, por cierto, el comandante también mandó a vestir. Era horrible el espectáculo.
Y así fueron acercándose a grupo unos cuantos rojos-rojitos (ahora más por la candela) mientras el hijo prodigio del esperpento no hallaba dónde ubicarlo. Hasta que, por fin, se le ocurrió a Escarrá (no en balde es estudiado) que a Fidel no se le pondría en ninguna paila. Que sería más propiamente oportuno, colocarlo en un cenicero…
Mientras todo esto ocurría, el dueño del circo atisbaba por un huequito sin que este pocotón de venezolanos se diera cuenta, y se dijo a sí mismo:
– Esto se lo llevó quien lo trajo. Y ahora, ¿quién podrá ayudarme? Ni siquiera el Chapulín Colorado, porque ese carajo está en el cielo. ¿Quién me manda a ser tan maluco? Qué va… Se pasaron con el castigo. ¿A dónde podré pedir asilo? ¡Ni siquiera en Estados Unidos, porque para más vaina, ganó Trump…!
Lo dicho… ¡Pobre diablo!
Cariños y hasta la próxima.