Por César Morillo (Político y sociólogo venezolano, presidente de CM Consultores)
Mientras el caos se acrecienta del lado de la realidad donde se encuentra Maduro, Juan Guaidó avanza con paso firme ganando influencia y sumando aliados. El vertiginoso ritmo de los acontecimientos va dejando claro para dónde se inclina el poder. Poco a poco el gobierno de transición va venciendo la usurpación.
Tan sólo han transcurrido días desde que Guaidó juró como presidente encargado ante una multitud desbordante, y desde entonces ha recibido el reconocimiento de la casi totalidad de las democracias occidentales, comenzando por los Estados Unidos. También ha conseguido el compromiso de organismos como la OEA y, más recientemente, el del Parlamento Europeo. Por si fuera poco, el Fondo Monetario Internacional (FMI) manifestó su voluntad de contribuir con la recuperación económica del país con créditos frescos para un gobierno de transición. También ha logrado la tan anhelada y necesitada ayuda humanitaria. Su palabra se ha convertido en acción, y ha ido ganando gobernabilidad sin aún estar en el poder. La Ley de Amnistía es ya ley de la República, votada por unanimidad en la Asamblea Nacional. Solicitó a los gobiernos que le respaldan la protección de los activos de la nación en el extranjero y acto seguido EEUU congeló las cuentas de CITGO, evitando que “sigan raspando la olla”. Guaidó no renuncia a su capacidad de sorprender.
Maduro, en tanto, intenta dar la sensación de que aún tiene mando, pero, aunque se esmere, luce devaluado. Se ha refugiado en los cuarteles exigiendo lealtad a su causa, pero su trasnochado rostro transmite un mensaje de epitafio, huele a episodio pasado. Guaidó va imponiéndose, su discurso es firme y a la vez conciliador, tiende puentes a los militares y a todos aquellos que estando hoy apoyando a Maduro decidan “colocarse del lado correcto de la historia”. Ayer hizo un llamado a los países que, como México y Uruguay, se han mostrado inclinados por Maduro. También le envía un mensaje de tranquilidad a los gobiernos de China y Rusia, que mantienen cuantiosos intereses económicos en Venezuela. La estabilidad y una institucionalidad basada en la ley son las mejores aliadas para las inversiones, les dijo.
En su desespero, Maduro medita poner preso a Guaidó. Esta decisión mantiene dividido a la cúpula madurista. Cabello, el otrora jefe de la derecha endógena, es partidario de acciones más decididas y contundentes contra el presidente encargado, pero otras voces sugieren que eso sería pisar un peine que precipitaría el final. Guaidó se les ha convertido en un monstruo. Su liderazgo es hoy de tal magnitud que su eventual encarcelamiento desataría la ira colectiva, y no se cree que haya suficiente ánimo en los cuarteles para salir a reprimir en masa.
Hemos ido pasando de un poder usurpado a un vacío de poder. Y ese vacío, poco a poco, lo está llenando Guaidó.
Los movimientos de Maduro lucen contradictorios. Por un lado, insiste en la agenda del terror, apresando a cientos de manifestantes y empleando tal crueldad en los barrios pobres que ha profundizado el encono popular. Por otro lado, trata de mostrarse como la víctima de una eventual invasión norteamericana y apela por el discurso del diálogo. En días pasados, Jorge Rodríguez hizo un viaje relámpago a México para buscar los buenos oficios de su presidente, López Obrador, y quizás los de Pedro Sánchez, presidente de España, para que intercedan por un diálogo que les permita acallar la calle y ganar tiempo. Pero el tiempo del diálogo se les agotó, al menos como lo entienden Maduro y Rodríguez, y se agotó porque ellos se encargaron de devaluarlo, obstaculizando el constitucional funcionamiento del parlamento después de la victoria opositora del 2015, y cerrando toda posibilidad de salida democrática.
A esta crisis se llegó por la inmensa ineptitud de Maduro y su grupo para gobernar, no por ningún cerco económico como han intentado hacer creer. La escasez de alimentos y la mayor hiperinflación de la historia del continente, les han enajenado el apoyo popular. Por eso perdieron las elecciones parlamentarias, por eso hay un sector de la población que, aunque sigue llamándose chavista, sale a las calles, junto a millones de opositores, clamando la salida de Maduro.
A Maduro le quedan pocas jugadas en este tablero de ajedrez. Su ineptitud, su arrogancia, la inmoral corrupción y su incapacidad para leer los cambios de la realidad lo han llevado hasta aquí. Estamos viviendo un momento histórico, la caída de una dictadura comunista, y ésta no es cualquiera. Es la que, con el abundante dinero del petróleo, financió a otras dictaduras como las de Cuba, Nicaragua y Bolivia. Este tsunami popular, que ha nacido en Venezuela, llegará a otras costas caribeñas. El fracaso del socialismo del siglo XXI es el fracaso de un modelo cruel y anacrónico, el de las autocracias hereditarias de los Castro y los Ortega.
En días pasados se dio a conocer un documento firmado por unos “socialistas no
alineados” abogando por una salida pacífica y oponiéndose a una “inminente invasión del imperio”. Piden diálogo y proponen un referéndum consultivo para que los ciudadanos se pronuncien por si quieren un cambio o no. Es inevitable no ver en estas propuestas un intento de salvavidas al régimen, o es al menos una idea extemporánea que no lee con acierto el momento en el que estamos. Tal vez debieron alzar su voz cuando se desconoció a la legítima Asamblea Nacional, cuando el régimen inventó una asamblea constituyente írrita, o en cada instante cuando se violaron los derechos humanos de tanta gente. Ha sido precisamente la sordera del régimen la que nos ha traído hasta acá.
Por supuesto que queremos la paz, esa que no tenemos hoy. Tampoco queremos más derramamiento de sangre y menos un conflicto armado, ni que un ejército extranjero de cualquier país nos invada y gobierne nuestras instituciones. Para ello es necesario que Maduro y su cúpula se vayan del poder. No porque lo quiera un grupo o partido político, ni sea el capricho de un imperio. Es el clamor de la abrumadora mayoría de un pueblo. Este es hoy el camino más rápido y seguro a la paz, el que marca la constitución, y defiende la mayoría calificada de la legítima Asamblea Nacional. Ese que Guaidó ha resumido en un mantra de tres líneas: cese a la usurpación, gobierno de transición y elecciones libres.