Poca gente recuerda, quizá, lo que es una locha: una moneda de doce céntimos y medio con la que contábamos los venezolanos. Un bolívar tenía 8 lochas. En mi infancia existía el llamado “pan de a locha”. Imagínense como sería la ausencia de inflación en aquellos tiempos, que ese pan continuó llamándose así durante aaaños. En los tiempos que corren tendíamos que cambiarle el nombre al pan cada media hora, pero el gobierno resolvió el problema de raíz eliminando el pan.
La pregunta de las 64 mil lochas, era la pregunta final de un programa de televisión conducido por Nestor Luis Negrón y Cecilia Martínez, la chica que bailó con Gardel cuando éste vino a Caracas a cantar. El programa se trasmitía -para variar- por Radio Caracas Televisión, canal pionero de la televisión venezolana y una de las víctimas del huracán revolucionario que nos azota. En esta suerte de antepasado del Concurso Millonario, la respuesta correcta de la última pregunta proporcionaba al participante 64 mil lochas, es decir ocho mil bolívares. Eso que al lector de hoy le puede parecer una insignificancia, a un venezolano de finales de los años 50, podía resolverle la vida. La dificultad de la pregunta y la popularidad del programa hizo que la expresión: “la pregunta de las 64 mil lochas”, pasara a ser en el habla común venezolana sinónimo de un interrogante difícil de resolver.
La periodista Lucía Newman de Al Jazeera acaba de formular la pregunta de las 64 mil lochas: “¿en que ha gastado Venezuela 1,5 billones de dólares que recibió el país por ingresos petroleros?” Esa es la pregunta que muchos venezolanos nos formulamos y cuya respuesta, en el fondo, conocemos: están en Andorra, en la banca Suiza, en aviones privados, en mansiones lujosas, en haciendas, en paraísos fiscales a nombre de los líderes de la revolución o sus testaferros, en compra de conciencias, de países y hasta en caballos, de paso.
También están en los miles de millones que por concepto de dólares preferenciales se repartieron todos los vivos de siempre, del gobierno y de la oposición (aquellos que decían mi corazón es escuálido y mi bolsillo chavista, los célebres bolichicos) en negociados de extraordinaria rentabilidad. También están en los viajes financiados por el gobierno nacional y que hicieron de Venezuela el único país en el que el viajar, lejos de producir gastos, producía ganancia, era un magnífico negocio.
En Venezuela toda situación caótica genera un negocio que se nutre del caos. Por eso revertir esta tragedia es demasiado costoso: hay mucho dinero de por medio. Organizar el país y adecentarlo, significaría para muchos dejar de percibir ganancias millonarias, lo que resulta innegociable, entre otras cosas porque desnudaría los delitos que detrás de ellas se esconden.
En Venezuela se ha perpetrado (y perpetuado) el defalco a una nación más grande de toda la historia universal. Nunca durante tan corto tiempo se robó tanto en ninguna parte del planeta y en ningún momento de a historia. Esto se suma a los perniciosos récords que ya el país detenta. Por ello responder a la pregunta de la señora Neuman -en un país que la gente come de la basura y no tiene salud, medicinas ni educación- señalando que ese dinero fue dirigido a la inversión social, es de un cinismo intergaláctico. A la única inversión que esa extraordinaria suma de dinero, inédita en nuestra historia, fue a parar es a la inversión de valores -pero no en la bolsa, sino a costa de los bolsas-, es decir a la destrucción moral de Venezuela. Esa es la respuesta correcta, Mrs. Newman.