Tomado de La Estrella de Panamá
El 10 de enero de 2013, Hugo Chávez debía tomar posesión como presidente; había ganado el opositor Capriles. Estando muy enfermo, adelantaron las elecciones para octubre de 2012; dudaban que resistiría hasta diciembre. De por sí un fraude, porque sabían de su mortal enfermedad y su precaria salud. Aunque su deceso fue anunciado el 5 de marzo de 2013, se comprobó, con diversos testimonios, que su muerte ocurrió en Cuba el 30 de diciembre de 2012. Para el 10 de enero de 2013 no había Chávez a quien juramentar.
Estuve por unos días en Panamá a principios de enero de 2013, ya que laboraba en Washington como embajador de la OEA. En Venezuela se discutía sobre que el vicepresidente de Venezuela (no electo, sino escogido por el presidente), a la sazón Nicolás Maduro, pudiera tomar posesión en reemplazo de Chávez. El Tribunal Supremo de Justicia, controlado por el chavismo, dijo que sí. Desde Washington, resonó el cómplice eco de Insulza, secretario general de la OEA, avalando esa absurda decisión. El 8 de enero, dije a La Estrella de Panamá que Insulza no se podía convertir en cómplice de decisiones judiciales de Venezuela. Él no era el dueño de la OEA.
A mi llegada a Washington, el viernes 11, me llamó el vicecanciller Álvarez de Soto, preocupado por lo que había dicho en la entrevista en La Estrella. Me había pasado tres semanas en Panamá y no pude concertar cita ni con él ni el canciller Rómulo Roux. No tenían idea de lo que había declarado, pero me llamó porque la Cancillería venezolana había enviado nota de protesta por eso. Así era siempre; nadie daba seguimiento a nada.
Dos días antes, el 14, fui designado para reemplazar al canciller Roux en un acto con su colega colombiana, María Angela Holguín, donde entregaba a Panamá el símbolo de la Cumbre de las Américas, a celebrarse en Panamá en 2015, tras gestión que hice para lograr sede de ese evento. En ese momento, por lo visto, gozaba de la confianza total del canciller.
Preparé un proyecto de intervención para el 16 y lo circulé entre algunos colegas que pudieran apoyar nuestra posición. Entre ellos la de Estados Unidos, quien nunca contestó. Su respuesta la vine a conocer el mismo día 16. Sin ninguna instrucción de Cancillería, como siempre, llegué al Consejo Permanente de ese día, lleno de periodistas, pendientes del álgido tema de Venezuela. Recibí llamada de un funcionario de Cancillería, quien me indicó que, por órdenes del ministro, no podía intervenir ese día. Me llamó el canciller; había recibido la visita del embajador de EUA, Jonathan Farrar, el día anterior, para pedir me dijeran lo inconveniente que era que yo tocara el tema de Venezuela, por lo que el presidente Martinelli me pedía que me abstuviera de participar. Escribí a Martinelli desde mi ‘smartphone’ preguntándole si aquello era cierto. Su lacónica respuesta: ‘Es que ni los gringos quieren que tú hables’. Respondí con firmeza: ‘Entonces me atendré a las consecuencias’. Era un asunto de principios; estaba en la OEA para promover la defensa de la democracia y lo que ocurría en Venezuela era su vulgar caricatura. No concebía que la tesis norteamericana era que mejor no revolver las olas en lo de Venezuela.
Al día siguiente, 17 de enero de 2013, me destituyeron, en base a una instrucción fechada el 16 de enero, pero que recibí el 18 de enero, cuando ya no era embajador. Por ese pequeño detalle legal es que he requerido a la Cancillería el resarcimiento de los daños y perjuicios por esa irregular e ilegal decisión. Meses después Venezuela rompió relaciones diplomáticas con Panamá, al invitar a la diputada María Corina Machado a tomar su silla en la OEA. En febrero de 2014 desaté la polémica de la nacionalidad colombiana de Maduro, con lo cual jamás debió ser siquiera candidato.
Hoy, hace seis años, volvemos a discutir sobre la legalidad de la nueva toma de posesión de Maduro, el próximo 10 de enero, producto de unas elecciones ocurridas ocho meses antes, donde los partidos opositores estaban proscritos y sus líderes inhabilitados para competir o presos, la negación de todo proceso democrático. Como aquella vez dije en el discurso que ocasionó mi destitución; ‘la democracia venezolana está enferma. Si no nos apuramos a buscar remedios para ayudar a curarla, nos contagiará a muchos’. Es eso lo que nos está pasando, sobre todo a los hermanos de Colombia y de Brasil.
El círculo vicioso de la lucha por el poder en Venezuela se repite en espiral. En 2013 algunos, incluyendo EUA, junto a Nicaragua, Bolivia, Ecuador y hasta Colombia, conspiraron para que el irregular e ilegal acceso al poder de Maduro se concretara. Solo Canadá y Paraguay me apoyaron. Seis años después, la pregunta ahora es ¿contará Maduro con la misma complicidad internacional para que vuelva a atornillarse seis años más, terminando de acabar con su país? ¿Estarán esos aliados, incluyendo a México ahora, dispuestos a seguir ayudando a continuar, para que siga la mayor crisis migratoria en la historia de la región?