Foto: BBC Mundo

Cada día, los venezolanos huyen de la grave crisis económica, social y política que atraviesa el país, donde no piensan en un destino y sin cuentan con los recursos para ello, lo primero que dicen es que “cualquier sitio es mejor que Venezuela”.

En una publicación realizada por BBC Mundo se recoge una serie de testimonios de venezolanos que se han tenido que ir en busca de un mejor futuro, tal es el caso de una profesora de educación integral que dejó su país, sus tres hijos menores y el cargo que ocupaba anteriormente para vender naranjas 12 hora al día y sin embargo, está satisfecha.

“Aquí se consigue comida, se trabaja, pero el dinero rinde”, señaló una entre los miles de venezolanos que en los últimos meses cruzan masivamente la frontera con Brasil para huir de la crisis en su país e instalarse en Boa Vista.

Indican que la ciudad brasileña, capital del norteño estado de Roraima y de menos de 300.000 habitantes, ha visto sacudida su tranquilidad. La llegada de extranjeros ha sobrecargado los servicios de salud, por lo que la gobernadora decretó en diciembre de 2016 el estado de emergencia, que sigue vigente.

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Además reportan que se está generando tensiones y conflictos entre locales y foráneos.

Boa Vista fue diseñada como París con un centro en el que convergen anchas y largas avenidas,  aunque dista mucho de asemejarse a la capital francesa y de aparecer en las guías turísticas de Brasil, para muchos venezolanos es un lugar de ensueño.

En algunos cruces de sus planificadas arterias se los puede ver ganarse la vida bajo el sol, fuerte y constante durante todo el año.

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Resaltan que miles de venezolanos han emigrado en los últimos años hacia países como Colombia, Panamá, Brasil, España o Estados Unidos, entre las razones la inseguridad.

Boa Vista, en diciembre de 2016, la gobernadora, Suely Campos, decretó emergencia de salud pública durante 180 días “por el intenso y constante flujo migratorio”. La medida tiene como meta llamar la atención y pedir ayuda al gobierno nacional en Brasilia.

Explican que el Hospital General de Roraima, en Boa Vista, es quizás el mejor indicador de la sobrecarga que supone para el sistema la masiva llegada de venezolanos.

De atender a 324 en 2014, pasó a prestar ayuda a 1.240 en el año 2016. Y de los 2.517 casos de malaria detectados en el estado, 1.947 procedieron del país vecino, de acuerdo a los datos de la gobernación.

“Ha habido un aumento desproporcionado de venezolanos y esto tiene un impacto grande en un país con limitaciones“, me dice Douglas Teixeira, director del servicio de urgencias del Hospital General.

La llegada masiva de inmigrantes también está generando tensiones en parte de la población local, que los culpa de generar inseguridad, de un aumento de la prostitución y de aprovecharse de los servicios gratuitos.

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“Hay gente que te humilla”, me dice Eugenia, una venezolana que limpia parabrisas en un semáforo.

“Hasta he llorado. Pero estoy buscando el pan de mis hijos”, afirma con una gruesa chaqueta pese al fuerte calor de esta ciudad próxima a Amazonas.

Boa Vista, en diciembre de 2016, la gobernadora, Suely Campos, decretó emergencia de salud pública durante 180 días “por el intenso y constante flujo migratorio”. La medida tiene como meta llamar la atención y pedir ayuda al gobierno nacional en Brasilia.

El diputado nacional, Jair Bolsonaro, dice que quiere optar a la presidencia de Brasil en 2018, se compara con Donald Trump y defiende una dura política contra la inmigración. En el caso de Roraima, contra la inmigración desde Venezuela.

A final del año pasado, el estado de Roraima creó el Centro de Referencia del Inmigrante (CRI) en un polideportivo abandonado, alejado del centro de la ciudad y que sirve de abrigo para casi 200 venezolanos, la mayoría indígenas warao.

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Les damos desayuno, merienda y cena, atención médica, clases de portugués y asesoría para el mercado de trabajo”, me explica el teniente del cuerpo de bomberos y defensa civil Fernando Troster, responsable de un refugio transitorio que trata de evitar que los inmigrantes acampen en las calles.

Troster no quiere que llegue más gente y espera mantener el límite de 200 personas, a las que muchos donantes ayudan.