Cómo van las cosas estamos en el pleno desarrollo del inglés en nuestro vocabulario, si tomamos en cuenta que todos los adelantos cibernéticos vienen de los países desarrollados.

Ya no existe desconocimiento posible de ningún tópico, incluyendo tus datos personales en todas partes. En enero pasado me “hackearon” (guglié la dichosa palabrita y significa en español, “hachazo”). O sea: me le dieron un hachazo a mi cuenta de correo y se llevaron todos mis archivos y como si fuera poco, me cambiaron el idioma a una escritura árabe. Por supuesto, allí tenía guardadas todas mis páginas que escribo para este periódico y otras cosas importantes para mí, que se fueron con el bendito hachazo.

Entre esas cosas, estaban pagos a tarjetas de crédito, por lo que tuve que cambiar correo,  claves (las benditas passwords). Y ahí empezó mi martirio electrónico: Las benditas preguntas de seguridad: Si va a cambiar su clave, diga donde nació su primer perro, ¿su papá mató cochino?  ¿De cual lado de la cama duerme usted? ¿Qué notas sacó usted cuando estaba en preparatorio? ¿Su presidente donde nació? ¿Cuántos kilos ha aumentado Maduro? ¿José Vicente está vivo o solo es un fantasma? ¡Agghh! Después de todo este martirio, comenzó el segundo: en una página piden una mayúscula, dos números y un signo como & % $.

En otra, no puedes usar signos sino letras y números, pero no repetir ninguna. En la medida que vas tratando de crear la bendita clave, hay una rayita que te va indicando si la clave es débil, medio débil, fuerte o medio fuerte. Así vas poniendo números letras, signos, hasta que la bendita raya te dice: ¡Esa clave sí es arrecha! Cuando terminas de poner todas las claves en  banco, tarjetas y cualquier cosa que te permita vivir en este mundo, es cuando regresamos a la época donde éramos felices: Anotar todas las passwords en un pa-pe-li-to. ¿Qué tal? ¡En un papelito! Obviamente el papelito hay que guardárselo en el sitio más recóndito que tengamos, pero que recordemos donde lo pusimos, dentro de un mes. Porque, irónicamente, eso no se puede guglear.

Todo esto para que venga un hijo de la Gran Bretaña, a darle un hachazo a tus datos. ¿Y que decir de Google? Pues ya no hace ni falta pedir referencias personales. Usted se mete en la página, pone el nombre del candidato y ¡zas! Ahí le aparece todo. ¡Ah! Y si usted no aparece en google, usted es un pupú.

Me queda por contarles la ultima palabrita de nuestro vocabulario cibernético: “Scaneo”. Esta se usa en las personas, mayoritariamente en los aeropuertos en donde usted queda como pollito en brasa, para que un fulano o fulana, le vea hasta el arruchadito. Y esto sin pataleo: Cuando el funcionario le dice que pase por la maquinita usted amablemente levanta su dos manitas y deja que le vean todo lo que Dios le dió  (o no le diὀ). Afortunadamente, estas maquinas no se han instalado en nuestro país, porque ya me imagino la mamadera de gallo de los “scaneadores” … En fin, vivimos en un mundo en el que no se puede esconder ni el tamaño… de nuestros pensamientos.

¿Y qué me dicen de las aplicaciones que lo consiguen a uno a través del teléfono? Una de ellas se llama where’s my phone. Esta aplicación funciona cuando a usted se le pierde el teléfono …o su marido… o su esposa.  Haga la prueba y ojalá esté donde dijo que iba a estar.

Cariños y hasta la próxima…