Por @OrlandoGoncal

La reciente masacre perpetrada por Stephen Paddock, ciudadano norteamericano, en las Vegas, Nevada, dejó al mundo en shock. Las imágenes, la duración del salvaje ataque, la cantidad de víctimas mortales 59, y los más de 550 heridos, es una clara demostración del desprecio absoluto por la vida humana.

El hecho generó en medios internacionales y redes sociales el debate sobre la necesidad de reformar la Segunda Enmienda de la constitución de los EE.UU. No siendo esta la primera vez que el tema se pone encima de la mesa; ya el gobierno del expresidente Obama había propuesto la necesidad de dicha reforma, lo hizo por lo menos siete veces en sus dos periodos.

Pero, resulta que esta enmienda es sacrosanta, y reza que: “Siendo necesaria una milicia bien ordenada para la seguridad de un Estado libre, el derecho del pueblo a poseer y portar armas, no será infringido” aprobada en 1791, como parte de lo que se llamó Carta de Derechos. O sea, 226 años después, el derecho a tener y usar armas siguen estando por encima del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos de la Convención Internacional, sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación Racial; del cual el gobierno de los Estado Unidos es signatario y, está obligado a cumplir y a proteger a sus ciudadanos de la violencia armada.

Para el año 2016, 40 % de los estadounidenses afirmaban tener por lo menos un arma de fuego en sus casas –cifra que refleja exclusivamente a los que “voluntariamente” lo manifestaron-. Para los años 60 el apoyo a dicha enmienda era del 36 %. Desde la década de los 90 el apoyo se ha incrementado al 76 %, siendo estos los mismos opositores a la derogación o modificación de la tan protegida Segunda Enmienda.

Quienes viven o han visitado los EE.UU. saben lo complejo y probablemente imposible que es comprar un antibiótico si no se tiene un récipe médico; pero, si se desea adquirir un arma, puede ser comprada sin ningún control. Solo en el lado norte americano en frontera con México hay como ocho mil armerías, lo que ellos llaman un gun shows (feria de venta de armas). Es decir, cada 2.5 kilómetros usted encontrará dónde comprar un arma.

Es de tal magnitud el problema, que, según un estudio publicado en 2010 por Centro Internacional para Académicos Woodrow Wilson, con sede en Estados Unidos, «El 90% de las armas del narco -mexicano- vienen de Estados Unidos”. Además, llama la atención que, EE.UU. cuenta con más de 25 mil agentes que conforman la Patrulla Fronteriza, pero, sólo destina cien agentes especiales y 25 investigadores para vigilar el tráfico de amas, los demás tienen otros objetivos. Definitivamente la Segunda Enmienda es sacrosanta y no hay poder humano que la modifique.

Sorprende imaginar que uno de los países más avanzados del mundo se ancle tan férreamente a una costumbre que data de hace más de dos siglos. Sin embargo, es comprensible cuando conocemos que los mayores contribuyentes a las campañas políticas de más de 80 senadores y representantes -diputados- es la Asociación Nacional del Rifle o su acrónimo en inglés NRA, organización creada por los fabricantes de armas en los EE.UU. Sorprende aún más cuando la información evidencia que el ciudadano no es ajeno al tema, conoce bien de esas contribuciones y sabe que los aportes son de más o menos siete cifras para cada senador o representante.

Los hechos demuestran que los EE.UU. son fieles al business is business o sea, el negocio esta primero que la vida. Para muestra no solo están los pasados sangrientos hechos del mayor tiroteo de la historia, sino, las recientes declaraciones del presidente Trump, cuando manifestó a los ciudadanos que: “No vamos a hablar hoy de la violencia de las armas”, debió sonar muy poético al oído de las familias de los jóvenes caídos.

¿Es triste? Sí, y mucho. Pero, afortunadamente, los jóvenes millennials de ese país están mostrando una mentalidad distinta, seguramente lograrán hacer los cambios que su generación requiere. En eso confiamos.