Cervecería El Mono Bandido. Foto: Corina Briceño.

Siempre es un placer viajar a Bogotá, pero esta vez lo hice con un objetivo específico: visitar el distrito de Chapinero y devorarlo a mordiscos. Ubicado al noreste de la capital, Chapinero es una localidad con bonitas casas de aspecto campestre, construidas inicialmente para señores acaudalados. El barrio es hoy un hervidero de cultura y gastronomía, hogar de inmigrantes, artistas y hippies. Sus calles están llenas de restaurantes, desde los más finos hasta los más casuales, cada uno apuesta a la buena mesa con platos vanguardistas y recetas que guardan mucha tradición.

Llamé a Foodies Colombia y me anoté en el paseo Chapinero Bites. El recorrido fue a pie e incluyó seis paradas en los restaurantes más novedosos de la zona para degustar uno o dos platillos e interactuar con los chefs y propietarios. Una experiencia que disfruté junto a otros blogueros y amantes de la gastronomía. Conocer la ciudad caminando y comiendo es mi definición perfecta de un buen viaje.

Felipe Aranzazu fue nuestro guía, atento y simpático, conocía los pormenores no solo de Chapinero, sino también de las cocinas de cada restaurante. Comenzamos en Amen Ramen, donde el protagonista no es otro que el ramen, la versión japonesa de la sopa de fideos chinos, según se lee en el menú. Primero probamos una costilla taiwanesa con zanahorias encurtidas y luego llegó una porción de Tonkotsu, un tipo de ramen servido con caldo de cerdo, tocineta, aguacate, panza de cerdo y maíz asado. Delicioso.

La siguiente parada fue la cervecería El Mono Bandido, un lugar de corte hipster y ambiente acogedor. Simón salió a recibirnos y ordenó una degustación de cervezas artesanales, 100% colombianas. También fabrica su propia cerveza aunque en ese momento estaba agotada. Hay una carta de gin tonics y mojitos para los no cerveceros.

Mesa Franca fue el tercer punto, una propuesta con sabores locales muy arraigados y a la vez innovadores. El encocado fue el plato que más me gustó. Se trata de una especie de asopado a base de mariscos, con arroz crocante y un toque de leche de coco. Antes llegó a la mesa una ración de buñuelos de yuca rellenos de trucha ahumada, con ají de panela y suero costeño. Volaron en minutos.

De ahí llegamos a una bonita casa de varios pisos con una galería de arte en su interior. Todo era inspirador y muy creativo. El nombre: Villanos en bermudas. Los villanos: un cocinero mexicano y otro argentino. Ambos han reinventado la experiencia de comer en un restaurante con un menú secreto de siete tiempos. En el restaurante no hay carta, solo hay que ir dispuesto a dejarse sorprender. Probamos un tartar de cordero con lonjas de tomate. Un plato original y muy gustoso.

Todavía había espacio en el estómago para las dos últimas paradas, la panadería francesa Mistral, donde pedimos un pan de chocolate para llevar y la pizzería Indio con una variedad de pizzas y platos con toque italiano. Probamos las dos más famosas del lugar: la Erico con chorizo, salsa de pimentón, mozzarella y pepperoni y la Hari con cebolla caramelizada, chorizo español y salsa bechamel. Ambas cocinadas en un horno de leña. Buenísimas.

Fue así como terminé mi paseo foodie, del cual daré más detalles en www.LaGuiadelFoodie.com, sobre todo de Foodies Colombia, una iniciativa de Andrea Gutiérrez que todo amante de la comida debería conocer en su próxima visita al país vecino. www.foodiescolombia.com.co