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Cuando los líderes de sectores encontrados en un país se dejan conducir por exacerbaciones, terminan lapidándose unos a otros. Por eso hay que buscar salidas, en el entendido de que la soberbia ciega, y cuenta mucho entonces saber qué es lo que queremos hacer de aquí en adelante para no perdernos en improvisaciones. Nuestro pueblo ha sido consecuente hasta más no poder. La esperanza la ha cuidado muchísimo y, hasta hoy, es a prueba de balas, torturas, exilios, carcelazos y de hambre, porque hay venezolanos que exclaman: “Prefiero pasar hambre pero con la ilusión de librarme del gobierno este mismo año”. Eso revela que el problema no es solamente económico y social. Es también político, y la ciudadanía intuye que no habrá solución a su drama cotidiano, si no se produce el cambio de modelo. Dicho de otra manera, si no cambiamos de gobernante, seguirán agudizándose las dificultades de la escasez de alimentos y de medicinas, pues.
Esa también es la opinión de Antonio, quien podrá estar preso pero no se deja condenar al silencio. Por eso es que ha dicho respecto al diálogo que no se puede confundir con avalar las perversidades de este régimen que busca ganar tiempo apelando a esa defensa “numantina” con que repiten argumentos desgastados los cuadrilleros del presidente prerrevocado el pasado 6 de diciembre. Eso nada más revela que este gobierno está más débil de lo fuerte que aparenta ser y, por más marchas recicladas que hagan, su fracaso no es invisible.
La alternativa del diálogo no puede ser “un templo intocable”, menos cuando los tutores del régimen dejan ver tras sus poses, imposturas y simulaciones el cinismo que puede trastocar esas conversaciones en una ruleta de la muerte para la MUD. Quieren estallar la unidad y solazarse mirándonos –a los dirigentes– como cangrejos solitarios en retroceso, después de autorreprocharnos que “no se falla por ir demasiado lejos, sino por no ir lo suficientemente lejos”. No es fácil pasar de la pasión a la mesura, como cuando se convoca a una marcha a Miraflores y luego se desmonta en obsequio de un proceso de paz que no es correspondido por un gobierno que reitera su carácter autoritario.
Eso da pie a que la gente nos evalúe cíclicamente, pasando de decir que “somos los mejores”, al pesimismo. Está clarísimo que el gobierno quiere una ciudadanía resignada y sin entusiasmo. Saben que si fuimos capaces de obtener las firmas del 1%, superando las adversidades más sorprendentes, el revocatorio es “un tiro al suelo”. Esa es la esperanza que quieren esterilizar y no debemos dejarnos meter en el siniestro juego de la lotería de la impunidad. No es una rifa a ver si nos ganamos una elección en tiempo indefinido, no. Es la realización del referéndum revocatorio como razón de ser de esa mesa de diálogo.